Paul Krugman es un experto de fama mundial en materia económica y en asuntos públicos y sus últimos temas han girado alrededor del libro de Thomas Piketty, que se está vendiendo como pan caliente en los Estados Unidos, y que lleva el título: “Capital en el Siglo Veintiuno”, focalizado en la desigualdad del ingreso en el mundo desarrollado.
En su blog del 24 de abril el propio Krugman, asevera que si bien el tema ya ha sido abordado muchas veces, algo especial tiene el libro, que lo ha convertido, de la noche a la mañana, en un best seller en las librerías del país del Norte.
El libro ha parado los pelos de los medios más conservadores, que han puesto a circular a sus legionarios para refutarlo, al punto que el American Enterprise Institute, y el propio Wall Street Journal ya han parado las antenas, y han comenzado a bajar a Piketty del caballo.
Las investigaciones de este corte tienen innumerables consecuencias para las altas decisiones públicas. Y es que, por ejemplo, cuando se observa un ensanchamiento de la brecha social, ello impulsa a los formuladores de política a promover impuestos progresivos, a efecto de balancear el desequilibrio social, y fortalecer el gasto público.
El libro de Piketty demuestra con abundantes datos, el marcado ensanchamiento de la brecha de la desigualdad, y no precisamente en las Banana Republics o al sur del Sahara, sino en las sociedades opulentas. Para ello el autor ha utilizado abundantes series de datos, que a juicio de renombrados académicos como el profesor Robert Solow y Nouriel Roubini están bien construidos y respaldados.
Pero ¿cómo es que está teniendo tan alto impacto algo que muchos más han venido probando con el transcurrir de esta falsa posmodernidad? Lo cierto, afirma Krugman, es que la fuerza demoledora del libro es que derrumba varios mitos conservadores. El primero de ellos es que estamos viviendo en una meritocracia en la que la riqueza es merecida y posible para todos: el fin de la famosa “teoría del ascensor”.
La falacia de que los ricos actuales, más que “creadores de trabajo”, son receptores de rentas diversas, obtenidas bajo herencia, favores y poder político, es tal vez una de las más demoledoras de esas críticas. Y recordemos que esos “súper ricos”, ya son sólo un 1 por ciento en Norteamérica, y dueños de gran parte de los bienes productivos.
¿Qué es lo que sucede cuando los grandes ingresos son heredados, más que forjados con esfuerzo y emprendedurismo?, pareciera ser el gran dilema de nuestro tiempo.
Vamos entonces al retorno de la “edad del oropel”, y la predominancia de las oligarquías en las afluentes sociedades occidentales, al más claro estilo de lo que sucede en Honduras o Guatemala: ese es el mérito de la demostración de Piketty.
El tema de la desigualdad se ha puesto entonces de moda, y ha sido seriamente abordado también en la más reciente Asamblea del Banco Mundial, enfocándolo desde la perspectiva de los efectos que este fenómeno tiene en el desarrollo de los pueblos, y lo que es más: en la democracia, siendo que la farsa de una democracia de fachada, simbolizada por el “electoralismo”, pierde su esencia cuando la democracia económica se convierte en mito.