El 8 de abril pasado, por recomendación del doctor Ovando Lavagnino, mi cardiólogo, fui intervenido a corazón abierto, como dicen, en esa noble institución conocida como Unicar. Es invaluable la labor que allí realiza un eficiente grupo de médicos y cirujanos, sumado un equipo de enfermeras, enfermeros, terapistas dedicados al cuidado de los pacientes con esmero, conocimiento y responsabilidad.
Antes y después de la operación fui atendido por el doctor Mazariegos, el doctor Rodas, el doctor Coronado, la doctora Huit, la doctora Cañas… todos amables, corteses y solidarios con quien llega temeroso de someterse a semejante cirugía, que confieso da miedo, no obstante los adelantos de la ciencia moderna que aseguran buenos resultados. Mi operación la atendió el doctor Espada, a quien no hay necesidad de adjetivarlo, sólo decir que es un hombre noble y bueno, atributos propios de los grandes hombres; y participó también el joven cirujano doctor Sánchez, quien se me identificó como hijo del doctor Tony Sánchez, mi amigo y hermano en la residencia Universitaria y a quien tuve el honor de matrimoniar con Vetulia, en una romántica casa de Sololá, con el Lago de Atitlán de fondo, cuando él se iniciaba como médico y yo como abogado. En el matrimonio me auxilió mi compadre Beto Reyes, también abogado; eso fue en 1965. Le recordé al doctor Sánchez que su abuelo paterno compuso el precioso y conocido vals “Corazón de Obrero”. En la intervención participaron otros profesionales que no identifico porque ya estaba totalmente anestesiado; sólo sé que mi antiguo alumno de tercer año de secundaria, el doctor Alfonso Cabrera, gran profesional de la cardiología, ayudó en el proceso. Que satisfacción ver los buenos frutos de mi larga labor de maestro. A todos ellos y a Unicar, eternamente agradecido por los años que le aumentaron a mi vida. Agradezco la solidaridad de mi familia: mi querida esposa, mis hijos, mis hermanos. De mis alumnos de Chiquimula, de Chimaltenango y de la sede central de la Usac, en la Escuela de postgrado, en donde también muchos colegas docentes de postgrado me ayudaron en muchas cosas. Y debo mencionar a Wendy, en el IGSS, que se portó como un ángel para que se realizara la intervención. En el ínterin de la hospitalización, el doctor Mazariegos me presentó al doctor Cruz, director de Unicar, quien me obsequió su libro sobre la historia de la institución; y da grima enterarse que ha habido períodos de gobierno con intenciones torcidas y tergiversadas para con un servicio médico y social que sólo debiera recibir apoyo del Estado sin regateo alguno. Pero, así suele ser la miseria humana. Mil gracias de nuevo a los cirujanos que repararon mi corazón y a los cardiólogos que me atendieron en el proceso. No tengo palabra para manifestarles mis elogios, mi eterna gratitud. Gracias por todos quienes elevaron sus oraciones a Dios para que me permitiera salir bien. Y salí bien, gracias a Dios. Y a todos los que me ayudaron, que Dios los bendiga.