La noche del 11 de octubre de 1962 el papa Juan XXIII hizo algo tan natural que asombra el que haya resultado tan revolucionario en su momento: Se asomó por una ventana del Palacio Apostólico del Vaticano y le habló a miles de fieles, pero no en el lenguaje arcano y leyendo textos preparados, como los pontífices del pasado, sino en el idioma de un padre y pastor que atiende a su rebaño.
«En casa están vuestros hijos. Acarícienlos y díganles ‘estas son las caricias del papa»’, expresó Juan ante los vítores de una multitud de personas que portaban velas en la Plaza de San Pedro.
El papado de 26 años de Juan Pablo II y su ascenso en tiempo récord a la santidad acapararán buena parte de la atención en las canonizaciones de dos pontífices mañana, pero muchos católicos de cierta edad celebrarán el breve e histórico reinado del «buen papa», Juan XXIII.
Las palabras de Juan, pronunciadas en la apertura del Concilio Vaticano II, definieron su papado. El discurso reflejó la forma en que Juan se conquistó los corazones de los católicos con su estilo sencillo y paternal, al tiempo que apeló a su astucia para lanzar el Concilio Vaticano II que modernizó la iglesia. Es una combinación que encarna también el actual papa, Francisco.
«Era valiente. Un buen cura de provincia, con un gran sentido del humor y una gran santidad», declaró Francisco a periodistas el año pasado cuando se le preguntó cuáles habían sido los grandes atributos de Juan. «Fue uno de los grandes».
Nacido en 1881, hijo de trabajadores del campo en el norte de Italia, Angelo Giuseppe Roncalli fue elegido papa el 28 de octubre de 1958 y tomó el nombre de su padre, corrigiendo en el proceso ese accidente histórico que fue el antipapa Juan XXIII del siglo XV. Durante el Gran Cisma de principios de 1400, tres personas se declararon papa al mismo tiempo, aunque Juan posteriormente renunció al título.
Elegido a los 76 años, se esperaba que Juan XXIII fuese una figura de transición, un Papa del que se esperaba poco tras el reinado de 19 años de Pío XII, cuyo pontificado coincidió con la Segunda Guerra Mundial.
Juan tenía otros planes. A menos de tres meses de ser elegido, anunció la convocatoria del Concilio Vaticano II, el primer concilio ecuménico del siglo, que terminó autorizando el uso de los idiomas vernáculos en lugar del latín en las misas. Postuló, además, una mayor participación de los fieles laicos en la vida de la iglesia y revolucionó las relaciones entre los católicos y los judíos. Asimismo, hizo salir a la luz las divisiones entre los católicos conservadores y tradicionalistas y el ala más progresiva de la iglesia, la cual se mantiene hasta hoy.
Ninguno de los fieles congregados en la Plaza de San Pedro la noche en que abrió el concilio sabía lo que se venía, pero tenían esperanzas. Las palabras de Juan parecían anticipar algo importante. Eran espontáneas, en contraste con los pronunciamientos generalmente rígidos y preparados de sus predecesores. Parecían las palabras de un abuelito, no las declaraciones ceremoniosas de un pontífice. Y, por sobre todo, fueron transmitidas a los hogares de todo el mundo por un medio relativamente nuevo, la televisión.
«Hasta entonces, la televisión había reflejado mayormente el esplendor del poder, tanto eclesiástico como político», afirmó Alberto Melloni, biógrafo de Juan XXIII que dirige una fundación de Bolonia en la que se encuentran los papeles del pontífice. «Sus palabras improvisadas de esa noche acabaron con esta forma de usar videos para reflejar el poder».
Esos pronunciamientos son recordados hoy como el «Discurso de la Luna». Al comienzo, Juan se maravilló ante la cantidad de gente que había y dijo que era como si la Luna hubiese salido antes solo para ver el espectáculo.
Si bien no vivió para ver los cambios que impulsó -falleció de un cáncer estomacal el 3 de junio de 1963-, Juan es recordado como el Papa que se animó a iniciar un proceso que definió la Iglesia Católica del siglo XX, renovando su doctrina y adaptándola a los tiempos modernos.
El reverendo Robert Wister, profesor de historia de la Seaton Hall University de Estados Unidos especializado en la iglesia, dijo que el «aspecto robusto» de Juan -citado con frecuencia en una imagen caricaturesca de Juan como un tonto-ocultaba a un diplomático firme que antes de ser Papa realizó algunas tareas de gran dificultad para la Iglesia.
Roncalli fue el enviado del Vaticano a Turquía durante la Segunda Guerra Mundial, y se le atribuye haber salvado a miles de judíos que huían de Europa al falsificar sus certificados de nacimiento. Posteriormente fue nombrado embajador en Francia justo después de su liberación.
«Uno no envía al tonto del pueblo a hacerle frente a Charles de Gaulle», dijo Wister. «Uno envía un diplomático agudo».
Al mismo tiempo, Juan era en gran medida un sacerdote parroquial básico: en su primera Navidad como Papa, Juan dejó el Vaticano para visitar a los niños en el principal hospital infantil de Roma. Al día siguiente, visitó reclusos en la principal prisión de la ciudad, y dedicó los domingos a visitar las parroquias en las periferias de la capital. En total, «escapó» del Vaticano 152 veces durante su papado de cuatro años y medio, en comparación con una sola salida espontánea de Pío XII para visitar un barrio devastado por un bombardeo durante la guerra.
Aparte del Concilio Vaticano II, Juan es quizás mejor conocido por su última encíclica «Paz en la Tierra», emitida a raíz de la crisis de los misiles en Cuba, que se había detonado apenas tres días después de que comenzara el Concilio. El documento elaboró un nuevo tipo de enseñanza de la iglesia como promotora de la paz mundial. Fue la primera encíclica que se dirigía no sólo al clero, sino a «todos los hombres de buena voluntad», toda una señal de la apertura de Juan hacia el mundo afuera de los muros del Vaticano.
«Era un hombre capaz de transmitir la paz», dijo Francisco a una delegación de la ciudad natal de Juan, Bérgamo, en el 50mo aniversario de su muerte el pasado mes de junio. «Transmitía paz porque tenía un alma profundamente pacífica».