El 26 de abril se acerca y en esta fecha, el aniversario del asesinato de Monseñor Juan Gerardi. Con esta conmemoración vuelven a revolotear los fantasmas de un siniestro pasado-presente a quienes no hemos dejado descansar. Aludiendo a ellos, me atrevo a escribir sobre los resabios de una guerra cuya etapa más cruenta tuvo lugar varios años antes de que yo naciera, pero que cuyos efectos me alcanzan a mí y aun a mis connacionales de generaciones posteriores a la mía.
“Somos un pueblo sin memoria” he leído y escuchado más veces de las que puedo contar, y sí: es cierto. O bien, tal vez tenemos un problema: recordamos lo que nos conviene, olvidamos el resto y nos empeñamos en arrancarle los recuerdos a los que piensan diferente o han vivido las mismas realidades desde otras perspectivas.
Con o sin memoria, no podemos negar que somos un pueblo esclavo, esclavo de nuestra propia miseria, esclavo de una historia injusta con unos y magnífica con otros, pero esclavos a fin de cuentas, por elección propia. Atados de pies y manos por un pasado del que no queremos despojarnos, a unos porque les resulta un buen negocio y a otros porque simplemente no les da la gana.
Es un buen momento para reconocer y aplaudir el esfuerzo de Gerardi (q.e.p.d.) por intentar recuperar estas memorias, sin embargo también de señalar una debilidad en su búsqueda de la verdad que radica en la presentación de una historia parcial, que acusa a unos y pareciera exculpar a otros.
Es hora de situar las cosas en su justo lugar, y reconocer que la culpa de lo sucedido no recae únicamente en uno de los bandos (como me contaron en el colegio, en los cursos de licenciatura y hasta en las aulas de maestría) justificándose en la proporción de los crímenes cometidos. Me resultan igualmente deplorables las 594 masacres cometidas por el ejército escudado en la defensa de la población ante el “temido comunismo”, como las 32 perpetradas por la guerrilla bajo la bandera de liberar al pueblo de la “opresión del capitalismo”. Aun reconociendo las limitaciones para identificar y castigar los crímenes de la guerrilla, la historia debe castigar tan duramente a unos como a otros.
Conocer la verdad es obligatorio para tejer esa memoria histórica sin que resalten agujeros en la pieza final, para poder comprender holísticamente quiénes somos, de dónde venimos y a dónde no queremos regresar jamás.
Por otro lado, la construcción de la verdadera memoria histórica debe ser un punto de partida para la reconciliación, mientras recordemos para agudizar la polarización de éste pueblo herido sería mejor olvidar. Reconocernos un solo equipo, diverso pero unido es fundamental para cerrar de una vez las llagas que siguen sangrando y poder seguir adelante.
El tiempo ha transcurrido y aunque la reminiscencia del dolor no se borra todavía, no hay cabida para seguir viviendo de una guerra cuyo fuego se apagó hace más de 18 años.
En ocasión de la conmemoración de la muerte de Monseñor Gerardi, exalto la valentía de los hombres y mujeres que con firmeza se han acercado al conocimiento de lo verdadero, sin intereses individuales, con el único anhelo de la libertad para su pueblo y para los espíritus que siguen morando estas tierras esperando su redención. “…Y la verdad os hará libres.”