Orhan Pamuk: El Libro Negro (LVI)


rene-leiva-pixeleada

“Recordé que aparentaba ser alguien sin esperanzas que había sufrido en el pasado reciente una terrible y desesperada historia de amor porque las putas de las casas de citas a las que iba a escondidas, sin que nadie me viera, se portan mejor con hombres así.”

René Leiva


Cuando un crimen tiene indicios de perfección, en que el asesino puede ser cualquiera por la dispersión de motivos, porque los motivos están diluidos en el líquido amniótico de la sociedad, el sistema de justicia, para su propio mantenimiento y razón de ser, puede confabular contra cualquier inocente que se ajuste al perfil propuesto, o hacer que por medios heterodoxos de variada intensidad encaje en dicho esquema y así lograr un amedrentado chivo expiatorio, una víctima propiciatoria, una bonita cabeza de turco… ¿Cuántas veces la propia justicia no se vale de la ley de la selva, cuántas veces no luce toga y birrete la barbarie…?

Ante el asesinato de un columnista admirado y amadodiado es de importancia elemental retrotraerse a artículos suyos que podrían ser pretextos para que algún ofendido –y en el caso de Celal más de uno–  pretendiese limpiar con sangre (es un decir) la supuesta ofensa.

“(…) Sí he humillado a algunos lectores entusiastas que reconocen a este cronista en los retretes públicos y le preguntan mientras se abrocha la bragueta por el sentido de la vida o si cree en Dios.”

De manera oficial, lejana a la política y a potenciales conspiraciones, podría decirse, el barbero inculpado –ni por asomo beneficiado con una razonable presunción de inocencia sino todo lo contrario– mató a Celal en venganza por haberse burlado de él en el artículo “Debo ser yo mismo”, basado precisamente en dos preguntas que muchos años atrás le hiciera en la sala de redacción del diario y ante otras personas (“¿Le cuesta trabajo ser usted mismo?” y “¿Existe algún medio para ser solamente uno mismo?”), interrogaciones a las que Celal respondió con “inteligentes” chistes muy alejados de cualquier “discurso ontológico”…

No obstante, Celal reconoce la coincidencia entre las preguntas del barbero y cierto “estribillo que desde mi infancia se me clavaba en ocasiones en la mente (…), en algún lugar de lo más profundo de mi mente y de mi espíritu: ´Debo ser yo mismo, debo ser yo mismo´… “Un contrapunto que contrasta con todo aquello que no se es… y esa modesta y solitaria lucidez contrapuntística entre él y “la vida” o “la realidad”, más bien armoniosa, otorga a Celal algo de fugaz felicidad… ¿Onanismo ontológico?
Redescubrimiento: un hombre o una mujer se pasan la mitad de la vida en el fingimiento o simulación de ser alguien al gusto y medida de los otros, y la otra mitad de la existencia imitando a ese alguien que se finge o simula ser.

Pero son mitades indiferenciadas y entrelazadas a lo largo del tiempo. Si no, ¿cómo soportarse?
En fin, cuyo rostro tal vez no lloraba, “una mañana, a una hora por la que sólo paseaban por las calles de Estambul tristes jaurías de perros que ignoraban el toque de queda, colgaron el barbero.”