País como un libro de cuentos con las hojas arrancadas. De la historia de vida de muchas personas no conoceremos los finales, los desenlaces, las hilvanaciones. Cada día la luz se enciende, se escuchan las voces, amanece, pero no es el canto de los pájaros lo que nos despierta: son las detonaciones.
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Las detonaciones con arma de fuego, la detonación del motor de un autobús viejo e inservible, pero que sigue y sigue llenándose de personas, la detonación del peligro; las detonaciones son también esas sirenas de las radios noticiosas, que casi solo trágicas historias nos saben transmitir, las detonaciones, las dificultades, la violencia, la inseguridad, las precariedades. La detonación de las personas que en un tuit se somatan el pecho de la indignación.
La violencia va y viene. No se esconde de los policías y las estrategias fallidas de seguridad, está allí, a la luz del día y nosotros, los ciudadanos, somos víctimas potenciales de un país acostumbrado a torturar (o a dejarse torturar).
¿Tenemos que aprender a sobrellevar la vida y no a vivirla? En Guatemala, nuestra realidad nos golpea la cara una y otra vez, y cada día es peor. Nuestras mejillas están sangrando, pero aún las seguimos poniendo para recibir ya no cachetadas sino puñetazos. El escalofriante ataque contra dos señoritas que iban a estudiar al INCA nos recuerda cuan deteriorada está nuestra sociedad. La historia de una de ellas, Karla Daniela Oscal Pérez, fue abruptamente cortada y quienes lo hicieron quizá piensen que quedarán impunes, de ese y solo ellos sabrán de cuántos crímenes más.
Lo más triste es que la indignación se le va olvidando a la sociedad, y peor aún, a las autoridades que no logran implementar las políticas de seguridad que reduzcan esta violencia que venimos cargando los guatemaltecos. Mañana se nos habrá olvidado y se volverá a cuestionar solo cuando ocurra algo similar o más desgarrador.
No se supone que permanezcamos con miedo de morir cada vez que salimos a la calle a trabajar, a estudiar o simplemente a pasear. La vida y la dignidad de las personas no deberían encontrarse siempre al borde de un abismo.
Tampoco tiene mucho sentido echarle toda la culpa a un gobierno, cuando somos millones de ciudadanos quienes componemos, o quizá descomponemos este país. Es cierto que son las autoridades quienes deben administrar los recursos que nosotros mismos ponemos para que tengamos las oportunidades, los medios y posibilidades para vivir, para sobresalir, para ser felices y vivir en paz, pero también es en Guatemala donde muchos piden muerte por muerte.
Y desde la perspectiva de los sentimientos y demonios de las personas posiblemente tengan razón, por la ausencia de un sistema de justicia eficaz. Sin embargo, esos pensamientos sanguinarios no nos llevarán lejos y quizá solo al suicidio social. Posiblemente sólo nos arrastren hasta ser también víctimas de la carencia de soluciones, de oportunidades.
Nos merecemos vivir y morir en paz. Que nuestra historia colectiva no parezca un libro de ficción. Por ello, precisamente debemos conducirnos a un sistema de justicia que esté a la altura del valor de un ser humano, para conservar la vida, los valores, principios y los derechos de las personas. La selección y elección de Fiscal General que aún se desarrolla y el futuro borrón y cuenta nueva en la Corte Suprema de Justicia deberían darnos esperanza (y motivos para exigir y determinar nuestro futuro).