En los tres primeros meses y un día de este año han partido las que puedo afirmar fueron cuatro personalidades de gran impacto en el medio guatemalteco, lo que señala ya un cambio generacional de importancia. El 16 de febrero, el mundo intelectual se vio estremecido con la muerte de Roberto Díaz Castillo, a quien siempre se le ubicó como el productor de extraordinarios medios de comunicación, desde las revistas de la Usac hasta la Editorial Nueva Nicaragua fundada por la Revolución Sandinista luego de su triunfo.
Son muchas personas las que han escrito para destacar sus méritos, lo que no elimina la magnitud de su pérdida. En lo personal, le conocí poco; pero siempre admiré su conducción de la “cosa universitaria” en su condición de Secretario de la Usac: ejemplo de ética y honestidad intelectual. Su nombre será siempre referente del compromiso más profundo con las letras y otras artes de Guatemala. De igual manera, partió, el 1 de abril, Carlos González Orellana, cuyo nombre estará siempre ligado a la Educación en Guatemala, no solamente por su trabajo sobre la historia de la misma, sino que también por su paso por el Ministerio de Educación bajo el gobierno de Jacobo Árbenz y su ininterrumpida contribución al desarrollo universitario en México, Guatemala y Costa Rica. Tuve la suerte de trabajar con Carlos cuando fue Director del IIME en San Carlos. No solamente conocí, de primera mano, sus dotes de educador, sino que también su capacidad profesional para conducir la investigación educativa universitaria. Igualmente importante fue conocer al extraordinario ser humano que fue. A la sombra de su buen humor y jovialidad, me sentí como su amigo muy cercano. Dos personalidades que dieron brillo al círculo intelectual nacional y que la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala (RPDG) destacará oportunamente; lamentamos no haberlo hecho en vida.
De igual manera, destaco la muerte de dos ingenieros, cuyas vidas y trayectorias fueron emblemáticas en diversos círculos y que partieron en el curso de este año: Miguel Ángel Zetina (01/08) y Óscar Guillermo Espinoza (03/21). Ambos fueron amigos muy cercanos, con quienes conviví durante mis seis años de estudios de ingeniería. Ambos exalumnos del Don Bosco, como yo; Óscar de la IX Promoción y Miguel de otra anterior. Y ambos dejaron profunda huella en el mundo salesiano, en la Facultad de Ingeniería y en el ejercicio profesional. Miguel fue valiosísimo colaborador cuando fui Decano y Óscar fue motor de los proyectos de irrigación en Zacapa y otros lugares del oriente del país. Ese tipo de huella, que es importante rescatar en un medio que ignora a sus grandes valores, es el que nos ha llevado a tres ingenieros a proponer al Colegio de Ingenieros de Guatemala que se produzca la Memoria de las y los Ingenieros fallecidos de 1945 a 2015, para conmemorar y destacar la contribución hecha durante su vida profesional. Son 70 años en que colegas a lo largo y ancho del país ayudaron a resolver problemas, grandes y pequeños, de infraestructura y desarrollo. Ha sido una gran contribución en el intento de forjar el futuro y consideramos justo preservar su memoria.