A la memoria de don Nicolás Tejeda; Rafael Tejeda Jacinto, Rodolfo González Mazariegos y de mi tío Guillermo Estrada Ramírez, devotos fervorosos y hermanos cargadores del Señor Sepultado de San Felipe Apóstol.
Por la leyenda, sabemos que la venerada, milagrosa y consagrada imagen del Señor Sepultado de la aldea de San Felipe Apóstol, fue traída del pueblo de San Juan Perdido a dicha aldea.
La leyenda es un relato ficticio que tiene la fuerza de hacer creer que su argumento es cierto. La narración le da encantamiento a los hechos que relata y la torna misteriosa y fascinante. “Su intención es hacer creer que es un acontecimiento verdadero, cuando en realidad, la leyenda se compone de hechos tradicionales verbales y no históricos” que se transmiten sin límite de tiempo generacional.
Es tal su fuerza convincente, que se acepta con facilidad y se arraiga de tal manera que resulta difícil desterrarla aunque se compruebe con documentos fehacientes.
Al investigador histórico, le resulta muy difícil que se acepte la verdad histórica, aun con prueba de solidez documental, ante el relato ficticio de la leyenda por muy encantadora que resulte.
Fiel a su oficio, el investigador histórico hace suyo el consejo cervantino. “…debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición no les hagan torcer el camino de la verdad…” En obediencia a esta observación cervantina, su deber se constriñe a reforzar su dicho con el respaldo de documentos históricos preservados en archivos.
Con la llave maravillosa de la verdad, abro la cerradura del archivo y de sus anaqueles entresaco este testimonio documental.
Así principia la historia.
Eso es lo que sucede con lo que se inicia este artículo, que a la luz del primer inventario levantado en marzo de 1804, se desvanece la leyenda.
Treinta y un años después del seísmo del 29 de Julio de 1773, llamado de Santa Marta, El Illmo. Sr. Arzobispo de Guatemala, -1803 – 1806- Dr. Luis Ignacio Manuel Peñalver y Cárdenas, -cubano-, hizo su visita pastoral a las tres Parroquias de la ya nombrada ciudad de Antigua Guatemala: Parroquias de San José, San Sebastián y los Remedios.
El Inventario levantado por el Presbítero D. Domingo García de Salas, cura de la Parroquia de San Sebastián, es un documento importantísimo, porque ofrece luces a la investigación histórica, aclara muchas dudas y confirma –en este caso particular- las imágenes que para marzo de 1804, se encontraban en la iglesia filial de San Felipe Apóstol.
“Un Cxucifixo con resplandox de plata” y “Una Ymagen de Dolores con su resplandox y daga de plata.”
Este inventario fue visualmente confrontado por el propio Arzobispo, el presbítero García Salas y cinco vecinos honorables que actuaron previo juramento: D. Ambrosio Ibarra de 44 años; D. Marcos Morales de 50 años; D, Diego Mendizábal de 62 años; D. Antonio González de 41 años y D. Lupercio Arriola de 32 años. El Secretario D. Isidro Quinteros, asienta que el Arzobispo, “lo encontró de conformidad”
El Arzobispo comprobó que las iglesias sede de las Parroquias y las filiales estaban en completo abandono y desmanteladas. El culto religioso era inexistente. Pocas eran las ceremonias que se celebraban porque las Cofradías eran nominales que carecían de principal. Las iglesias carecían de reclinatorios, bernegales faltos de altares y su economía era precaria por ser exiguas las limosnas.
La aldea de San Felipe Apóstol, tenía 158 habitantes. 123 eran adultos y 35 eran párvulos.
Con la descripción de los bienes y alhajas en la iglesia de San Felipe Apóstol, no aparece ninguna imagen sepultada. En cambio si se anota en el décimo renglón, segundo párrafo, la existencia de “Un Crucifijo con resplandor de plata”. Y en el renglón décimo nono, “Una imagen de Dolores con su resplandor y daga de plata.”
Los cofrades que iniciaron su culto allá por el primer cuarto del siglo xix, transformaron la imagen del Crucificado en una imagen Sepultada, con movimiento en los brazos para la ceremonia de la Crucifixión, tal como se comprueba con su anatomía vista sin su túnica que tradicionalmente cubre su cuerpo. Y la mejor comprobación queda expuesta públicamente, cuando se realiza el Viernes Santo, la ceremonia de Crucificción. La punta de la barbilla estaba unida al pecho y la Hermandad encargó al artista tallador Fidel Guerrero Ardón, la delicada tarea de desbastarla para que la túnica cubriera parte del cuello.
Al contemplar a la imagen sin su túnica tradicional, se confirma que su anatomía es la de un Crucificado que fue transformado en Sepultado. De esa forma, vista la imagen y los documentos que la avalan, su traslado del pueblo de San Juan Perdido a la aldea de San Felipe Apóstol, es tan solo, una romántica leyenda.