Acaso la implicación más importante de la confesión hecha por Alfonso Portillo en el marco de una negociación con la fiscalía de Nueva York sea la de desnudar un sistema en el que los candidatos se benefician con aportes (que pueden ser usados en campaña o para engordar billeteras) a cambio de asumir compromisos que obligan al Estado de Guatemala. El gobierno de Taipei lo hizo para garantizar que nuestro país siguiera siendo comparsa de Taiwán en su desesperado esfuerzo por mantener reconocimiento como Estado y no como una provincia rebelde, pero lo mismo pasa con el constructor que se asegura obras, el proveedor que se garantiza la oportunidad de vender caro a un Estado nada exigente con los productos, al concesionario que puede usufructuar bienes públicos, el medio de comunicación que se garantiza millonarias pautas o a cualquier empresario que trata de participar en la piñata que se hace con los fondos públicos.
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El tema de los cheques girados por el gobierno de Taiwán a nombre del ciudadano Alfonso Portillo es conocido desde hace mucho tiempo, cuando alguien se encargó de distribuir copias de algunos de los cheques. La confesión de Portillo en el tribunal de Estados Unidos agrega el ingrediente de reconocer qué era lo que se había negociado, es decir, que Guatemala mantuviera durante su gobierno el reconocimiento diplomático esencial para que se pudiera mantener la disputa entre dos Chinas, en vez de entre China y un territorio controlado por un gobierno rebelde. El reconocimiento de algunos países, por pocos que fueran, era esencial en el curso de las negociaciones que han avanzado mucho desde que Portillo fue presidente y que permiten ver en el futuro una peculiar asociación entre China y Taiwán.
En algunos sectores se analiza este caso como una prueba de que Portillo dirigió el gobierno más corrupto de la historia del país, tal y como lo sostuvieron algunos. Si a los cheques de los chinos nos referimos, esa práctica no empezó ni terminó con Portillo, puesto que al igual que él, otros presidentes no sólo de Guatemala, sino de Centroamérica, fueron premiados con dinero en efectivo para garantizar la línea de política exterior abyecta basada en el soborno. Pero hay mucho más que los cheques entregados por los chinos de manera descarada. Es la forma en que desde que son candidatos, nuestros gobernantes venden el alma al diablo para asumir compromisos que la ciudadanía que vota por ellos ni siquiera imagina.
Parte de la eficacia del modelo de la impunidad en Guatemala es la justicia selectiva. La ley se aplica a unos, pero jamás a los otros. Portillo era un enamorado del libro que contiene las reglas del poder y lo regalaba a sus amigos, pero pareciera que no lo leyó porque incumplió la regla de que al enemigo no hay que hurgarlo sin liquidarlo. El hurgó a muchos y les picó la cresta con su discurso y con medidas para demostrarles que podía afectarles sus negocios, pero con eso sólo salpicó a otros sin romper monopolios.
Al final tuvo que pagar la factura, negociando con la fiscalía de Nueva York para reconocer que recibió un soborno y que usó bancos de Estados Unidos para lavar la plata. Lo penoso es que para muchos, se hizo justicia, pasando por alto que la corrupción es mucho más profunda que el soborno de Taiwán.