¿Cuándo empezamos a hacer las cosas al revés?


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La captura motivada por múltiples delitos de quien fuera precandidato a la alcaldí­a del Municipio de San José Pinula, vino a pintarle a la población guatemalteca la cruda realidad polí­tica del paí­s. Cualquiera construye o se involucra en las “casonas de empleo”, también llamadas “partidos polí­ticos”, con aspiraciones para ser presidente, diputado, alcalde, concejal, sí­ndico o cualquier otro cargo de elección popular. Saber leer y escribir es lo de menos, porque lo que abre puertas entre nosotros es ser “chispudo”, para cosas buenas o malas, para lo moral o lo indecente pues lo que cuenta es tener dinero, sin preguntas de dónde se obtuvo, como los métodos que haya empleado para hacerlo.

Francisco Cáceres Barrios
fracaceres@lahora.com.gt

 


Para asquearse de la mala calidad de la mayorí­a de nuestros polí­ticos no es cuestión de edad, sexo, profesión u ocupación, sino  simplemente contar con valores y principios y comprender que hoy en dí­a, ya no hay escrúpulos para  mandarse a “tronar” a cuanto opositor se les ponga enfrente o dado el caso, consentirlo. Disculpe estimado lector si ahora empleo términos poco ortodoxos para expresar mis pensamientos, pero es tanto el afán por darme a entender lo que la mayorí­a de la población siente al vivir el actual momento polí­tico del paí­s, que hasta agota un lenguaje más refinado para expresarlo.

Nací­ y me crié en un ambiente totalmente distinto. Allá por mediados del siglo pasado la participación polí­tica era totalmente diferente. Para aspirar a un puesto de elección popular se necesitaba haber demostrado capacidad, honestidad y sobre todo rectitud. Lamentablemente no puedo mencionar nombres de tanta gente ejemplar, porque caerí­a en el error de olvidar a alguno de aquellos que contaban con esa base fundamental y enorme espí­ritu de servicio a la comunidad. Seguramente quienes tengan mayor o igual edad que la mí­a confirmarán que tanto abogados, médicos, periodistas o de otras profesiones podí­an tener aspiraciones polí­ticas sin importar que el cargo a desempeñar requerí­a algún conocimiento especí­fico sobre determinada materia, siempre y cuando su  honorabilidad y buen historial rebasaran dichos requisitos. Hoy las cosas son al revés.

De ahí­ que sea opuesto a pensar que el actual sistema democrático  haya dejado de funcionar por obsoleto y que sea necesario cambiarlo radicalmente. Sigo creyendo que mientras sigamos dejando de lado  valores, principios, como la ética indispensable para gobernarnos a nosotros mismos como seres humanos, cualquier otro sistema de gobierno que escojamos tampoco va a funcionar. Ahora bien, la pregunta del millón sigue siendo la misma: ¿vamos a seguir igual?, ¿quejándonos y lamentando tan triste situación, cuando bien sabemos que a nuestros polí­ticos eso “les viene del norte”? Suficiente paciencia hemos tenido y de sobra ha quedado demostrada su ineficacia, porque ningún partido polí­tico ha querido y tampoco les conviene, recoger la bandera de la inconformidad, frustración y desencanto que  abruma a la gran mayorí­a de la población. ¿Hasta cuándo?