El caso Portillo sin lugar a dudas despertó ayer las pasiones siempre a flor de piel cuando se trata de acontecimientos políticos. El expresidente no pasa desapercibido. Para algunos representa una especie de mártir, castigado por la oligarquía nacional, siempre vengativa y dispuesta a nunca perdonar. Para otros, se trata de un revoltoso quien desde hace mucho tiempo merece la cárcel, muchas veces por estar en el lugar justo de sucesos incómodos.
Sea como sea, quizá debamos tomar algunas lecciones de lo ocurrido para tomar experiencia en carne ajena. Sugiero algunas ideas. En primer lugar, el evento nos permite reflexionar una vez más en lo descalabrado de nuestro sistema judicial. Alfonso Portillo solo pudo confesar sus patrañas presionado por un sistema que no amaga y sabe aplicar la ley. En nuestro país habría salido airoso y proclamado su inocencia a los cuatro vientos.
Segundo. Su confesión, el reconocimiento de su culpa, aún deja un sabor no grato al paladar. Admite que sí efectivamente actuó de manera incorrecta, lo sabía, pero deja entrever que no fue totalmente responsable de sus actos. Insinúa que la política de Taiwán tuvo que ver con su desafortunado proceder. Todavía se puede ver al pícaro con intenciones de caer parado, sin dejarse torcer el brazo. ¿Su confesión es honesta? Tengo mis dudas.
Por otro lado habría que preguntarse si aún tiene crédito el político en aprietos. En Guatemala todo el tiempo juró inocencia, habló de complot de una derecha que no le perdona sus políticas a favor de los pobres, pero en los Estados Unidos reconoce la malversación y el blanqueo de dinero. ¿En qué quedamos? ¿Cuándo le podemos creer a Portillo? ¿Es hombre de fiarse? Otra vez reluce el político mañoso para quien la palabra le importa un pepino.
Finalmente, el reconocimiento de su delito invita a preguntarse sobre otros posibles actos de corrupción. ¿No estará más embarrado de lo que ahora se sabe? No seamos ingenuos, quizá lo de los Estados Unidos apenas se trate de un acto minúsculo en materia de saqueo del Estado. Se vale especular sobre otros actos reñidos con la ley. De aquí que convenga revisar las denuncias que contra él pesan para hacer justicia por cada centavo robado.
Ojo que el expresidente Portillo es uno de nuestros últimos delincuentes que nos han gobernado. Ojalá pudiéramos ser ecuánimes y revisáramos el proceder desde el expresidente Vinicio Cerezo (para referirnos a los últimos políticos de la era democrática) hasta las actividades sospechosas del gobierno de Otto Pérez Molina. Estoy seguro que ninguno de ellos son o han sido niños de primera comunión. Si la justicia en nuestro país fuera diferente, ya no hablaríamos solo de los tropezones éticos de Alfonso Portillo.