¡Sin duda que Mario Camposeco, El caballero del deporte, se quedó horrorizado y de seguro se sobresaltó en su tumba (donde descansa en paz), para protestar por el “cariñoso bautizo de bienvenida” que ocho salvajes jugadores de la actual plantilla de su querido XELAJÚ, M.C., dieron al adolescente futbolista Humberto Ramírez, hijo de la señora Elsie Ramírez, una madre ejemplar que supo criar a su hijo y apoyarlo en la práctica del popular deporte del futbol; aunque, en este caso de agresión, lo defiende sola, pues el padre biológico no ha aparecido; sin embargo, ahora ya cuenta con dos valiosos querellantes adhesivos: La Fundación Sobrevivientes y Refugio para el Niño y el Adolescente. ¡Adelante doña Elsie, para que se haga justicia a su hijo Humberto Ramírez!
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Volviendo al tema ya comentado en nuestra entrega anterior, relacionado con el “temerario bautizo” de un novel futbolista del equipo de la liga mayor del futbol nacional Xelajú, M.C., por parte de ocho jugadores, con la complicidad del utilero, reiteramos nuestra enérgica condena por esta acción cobarde y criminal llevada a cabo con golpes y patadas de los cafres que agredieron al joven Humberto Ramírez el 19 de diciembre de 2013, en los camerinos del Estadio Escolar “Mario Camposeco”, en su primer día de entrenamiento con el equipo mayor, procedente de las fuerzas básicas, como integrante de la categoría Sub-15. En el artículo anterior no se pudo analizar otros aspectos de este despreciable delito. Por ello, ahora analizaremos la actuación de la Junta Directiva del Xelajú, M.C., porque se limitó a pedir una palangana con agua y una toalla para lavarse las manos, imitando al pusilánime Poncio Pilatos, quien permitió una barbarie solo para congraciarse con los sumos sacerdotes y los escribas de Israel; en parecidas circunstancias los directivos actuaron sin carácter ni personalidad, indicando que “ellos lo dejaban todo en la resolución de los juzgados y tribunales”, es decir qué, evadieron su responsabilidad de imponer sanciones disciplinarias de carácter administrativo, con lo cual, prácticamente se pusieron del lado de los agresores, considerando que su conducta no fue anormal y que no ameritó su intervención, como quien dice “no hagamos más grandes las cosas”
Esta Directiva hizo eco a la frase de los tres monos sabios: “ver, oír y callar” y, como dicen los patojos: “a mí que me registren”. Se olvidaron que no solo les compete contratar y pagar sueldos, sino que también deben mantener el orden y un ambiente de armonía y respeto entre los jugadores, cuerpo técnico, directivos y aficionados, olvidándose que si se falta a estos principios y valores fundamentales de la convivencia humana, estaban obligados a aplicar a los infractores las sanciones que estipulan sus estatutos, reglamentos y demás disposiciones disciplinarias. Pero no hicieron lo que debían hacer, limitándose a esperar que pasara la tormenta, aunque ya se esperaba una avalancha del asunto. Prefirieron hacerse los babosos antes de afrontar su parte en el asunto, digo, para salvar de una manera prudente e inteligente el prestigio y buen nombre de un equipo de abolengo en la tradición futbolera de Guatemala. Pero, prefirieron no hacerle frente, como correspondía, a su autoridad superior en el equipo, y cuando abrieron la boca fue solo para decir: ¡Nosotros dejamos el caso en manos de la justicia, y dependiendo de lo que resuelvan los jueces, se tomarían acciones administrativas de carácter interno! ¿Cuáles muchá? ó querían un borrón y cuenta nueva ¿o talvez harán algo hasta la próxima vez que ocurra algo similar?
Resulta difícil creer lo sucedido, después de enterarse de la gravedad de los hechos. Lo que la comunidad deportiva del país esperaba, era una intervención enérgica de dicha directiva, como suspensiones y sanciones económicas, mientras eran investigados, a la espera de la resolución judicial y no que simplemente que asumieran la actitud del avestruz de enterrar la cabeza en la arena, sin considerar que la tormenta de viento y arena pasaría arrancándoles las plumas y hasta la cabeza, complicándose así, aún más, la conflictividad que ya se había iniciado con la agresión al joven deportista Humberto Ramírez. No era el momento de poder condenarlos o absolverlos de culpa y dolo, porque esta es labor del Ministerio Público y de los juzgadores. En cuanto a los jugadores ya consignados ante la ley, no se entiende por qué ellos mismos se pintaron una mancha negra en su historial como futbolistas profesionales, puesto que esa mancha negra es un real y auténtico desprestigio personal que los acompañará toda su vida hasta su muerte, por haber cometido un hecho salvaje en contra de un nuevo valor del futbol nacional. Finalmente tocaremos el caso del brasileño Israel Silva Matos de Souza, un futbolista que se distinguió por su aporte al Xelajú, M.C., donde se consagró como el máximo goleador de todos los tiempos en dicho club y por haber contribuido para llegar hasta los cuartos de final de la Conca Champions, Campeón de Campeones de la Concacaf, quedando a tan solo un paso de ser semifinalistas y por qué no hasta finalistas; y lo peor fue haber perdido la oportunidad de ser contratado por el Club Saprissa de Costa Rica, que a sus 32 años de edad, hubiese sido un merecido premio a su carrera futbolística; lástima que este “bautizo bochornoso” empañó tan brillante trayectoria, como también la de otros de sus compañeros en el Xelajú, M.C., entre ellos Sergio Morales, Julio Estacuy, Kevin Arriola, José Alberto Mendoza, Edgar David Chinchilla, Milton Gary Leal y otros.