Orhan Pamuk: El Libro Negro (LII)


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“…El hombre sólo puede alcanzar su propia voz oponiendo voces a aquellas que siente en su interior, inventando historias contra aquellas historias, luchando contra los aullidos de los otros…”

René Leiva


Bien, de acuerdo, “No el cuentista, sino el cuento”. El cuento relatado por Galip, tres veces seguidas, en que el Príncipe heredero dicta a su secretario la manera peculiar e inevitable que empleó, diríase que por eliminación gradual de “todo”, para así encontrarse a sí mismo, pero el manuscrito de “siempre cuidadosa y pulcra caligrafía”, “fue encontrado entre los papeles de nuestro columnista (Celal) tras su muerte…”

Entonces, ¿cómo pudo conocer Galip la historia del Príncipe antes de morir Celal y adjudicarse su autoría precisamente haciéndose pasar por “nuestro columnista”…? Ajá, el cuento de marras pertenecía a la tradición turca y la narración de Galip fue su propia versión de la historia, en que vierte su búsqueda y descubrimiento de sí mismo, a semejanza del Príncipe. A la vez que suplanta a Celal, gran contador de historias, mediante el acto de narrar comprende que sólo así puede ser él mismo.

Empero, ¿cómo se puede ser uno mismo con la plena identidad, memoria, imaginación, espejo y escritura de otro, otro que a su vez se disfraza de muchos otros?

Ajá, sólo contando historias ajenas se puede ser uno mismo –diríase. Volver al principio. El último paso vuelve al primero, siempre. El arte de novelar. “Madame Bovary soy yo.” “Cara de Ángel soy yo.” Corroboración de lo sabido e intuido. Cabalmente, Pamuk es Celal y es Galip.

“No el cuentista, sino el cuento.” “Pero yo, que escribo esto.” Ese pero yo que sin ningún menoscabo del cuento afirma el cuentista. Van paralelos. ¿Cómo separar la historia del Príncipe de quienes, plural, la cuentan? ¿Y no es leer la otra cara de escribir, una cara incluso más oculta y oscura?
Porque quien no puede contar historias las vive, las imagina, las lee, las escucha de otros, las sueña… y todo eso es una historia. En cada rostro hay una narración que merece descifrarse más allá del espejo. Cuántas veces contar historias, aunque no se escriban, es una forma o son formas de salvación, de salvarse quién sabe de qué, que los propios contadores ignoran. El libro negro es innumerables libros en los que nada tan convencional como el fin porque es otra complicidad tácita y piadosa entre autor y lector. El supuesto fin del cuento corrobora la infinitud del misterio, incrementa el misterio…

Mientras mutación o desaparición sufrieron cientos de pueblos que ya ni huella de nombre queda en el polvo, porque no pudieron ser ellos mismos, según el Príncipe heredero, según Galip, el canto del grillo permanece, el vuelo del pájaro, incluso la sombra de la nube. (¿Se comprende por qué la necesidad de la memoria histórica, que “no pertenece ya a quien la escribe, si no a quien la necesita”? Antonio Skármeta).