Wes Anderson presenta su «Grand Budapest Hotel»


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Cuando hay una nueva película de Wes Anderson la gente se lo toma como si se tratara de un truco de mago, no sólo se preguntan «¿cómo lo hace?» sino «¿qué es exactamente?».

Por JAKE COYLE NUEVA YORK / Agencia AP

Anderson, como pocos directores más ha mantenido perpetuamente a los críticos y a los espectadores fuera de guardia con su idiosincrática mezcla de rarezas bien planeadas, melancolía profunda y humor ácido. Cuando presentó en privado su segunda película, «Rushmore», para Pauline Kael, la crítica pocas veces dudosa respondió: «no sé qué es lo que nos presentas Wes». A falta de un barómetro más exacto, sus películas son juzgadas primero por «qué tan Wes Anderson parecen».

Tomando eso en cuenta, su más reciente cinta tiene un 10. «The Grand Budapest Hotel», que se estrenó el viernes en Estados Unidos y llegará el 25 de abril a México, trata sobre un molesto conserje en un hotel llamado M. Gustave (Ralph Fiennes) y el botones, Zero (el debutante Tony Revolori), al que toma como su aprendiz en un hotel alpino en la ficticia República de Zubrowka. Tras varias épocas presentadas por los personajes de Jude Law, Tom Wilkinson y F. Murray Abraham, nos remontamos al Grand Hotel Budapest en la década de 1930, cuando el surgimiento del fascismo (la SS se convierte en la cinta en ZZ) pone fin a todo un estilo de vida.

A Gustave, quien dirige el hotel con una elegancia del viejo mundo pero con una falta de escrúpulos desenfrenada, (tiene el hábito de casarse con viejas viudas), le dicen dos veces en la película que es «un destello de la civilización en el matadero barbárico que conocemos como humanidad».

La cinta es una travesura que incluye una pintura robada, una escena sangrienta de acoso (tomada directamente de «Cortina rasgada» de Alfred Hitchcock), una elaborada fuga de una prisión y un duelo con armas. También están los accesorios de todo buen hotel como un elevador con sillón, baños por aparte, habitaciones cómicamente pequeñas de los trabajadores y un funicular. Es un parque de diversiones de comienzos del siglo XX para Anderson — un sueño de una Europa refinada que en realidad nunca existió, imaginada por alguien metido en las películas (Ernst Lubitsch y el Hitchcock de los 30, en especial) y las historias del autor vienés de los 1900 Stefan Zweig (una gran inspiración en la película).

La octava película de Anderson también es posiblemente una declaración abierta del director de 44 años sobre su realidad cinematográfica. Con miniaturas (como el exterior del hotel) mezcladas y una escena de persecución de esquí filmada con muñequitos, sus entornos completamente artificiales están llenos de personajes con mucho realismo emocional.

«Cuando veo una película de James Bond, veo muchísima artificialidad», dijo Anderson en una entrevista reciente. «Es un estilo de efectos especiales que nos parece muy familiar ahora y aceptamos como una versión de realidad».

«Eso no tiene un nivel artístico», dijo. «No es que me oponga, pero en mi propio trabajo no me siento especialmente atraído a esa manera de trabajar. Me gusta ver si podemos experimentar técnicas anticuadas que siempre me han gustado. Me encantan las miniaturas y los diferentes tipos de animación, cosas que son como trucos de magia. Me siento atraído a ellos, siento que tienen una especie de encanto y asumo que todos sabemos que esta es una especie de menjurje».

Anderson no sólo encuentra placer en las técnicas cinematográficas anticuadas. Sus películas, sus menjurjes, son odas al mundo análogo: el tocadiscos en «Moonrise Kingdom», las portadas de los libros de «The Royal Tenenbaums», los retratos de «Rushmore».

Muchos de sus protagonistas son paladines de mundos extintos, tratando incansablemente de mantener algo con vida, o al menos la idea romántica que hay detrás, como Max quien dice en «Rushmore»:»¡Salvé al latín!».

En «The Grand Budapest Hotel» un narrador dice de Gustav: «Su mundo había desaparecido mucho antes de que él llegara a él, pero definitivamente mantenía la ilusión con una gracia destacable».

Por su puesto, podemos decir lo mismo de Anderson, quien tiene una forma de hablar sobre sí mismo bastante tranquila y modesta, casi al grado de autocriticarse.

La película retrata la lenta decadencia de un gran hotel a lo largo de los años, lo que dice Anderson, se siente «un poco como una tragedia». Pero el cineasta texano, quien actualmente vive en nueva York y ha residido los últimos años en Europa, dijo que no añora una vida en alguna época pasada.

«Mi experiencia como extranjero en Europa siempre ha sido mucho más la de estar admirado por el hecho de que hay un mundo viejo que sigue ahí», expresó.

Zweig, quien se suicidó en 1942, dejó una nota en la que lamentaba la autodestrucción de «mi hogar espiritual, Europa». «No hemos pasado por esas cosas», indicó Anderson. «Tendríamos que fingir ese nivel de cinismo».

«The Grand Budapest Hotel» se filmó en Gorlitz, Alemania, en una tienda departamental convertida en el hotel. El diseñador de producción Adam Stockhausen, quien trabaja con Anderson por tercera ocasión, dijo que aunque Anderson es muy detallado en sus tomas, su proceso «no está determinado», sino que está abierto a recibir inspiración e ideas que surjan en la locación.

«Lo que hace es un trabajo muy serio al contar historias. Tiene un estilo visual muy fuerte», agregó Stockhausen. «Ese es su vocabulario».