El texto que incluyo en mi espacio de hoy corresponde a un artículo que cuando estaba por enviarlo a la Redacción de La Hora para publicarlo, por alguna razón inexplicable se extravió entre otros documentos archivados en mi carpeta; pero ahora, cuando buscaba afanado un informe específico, ubiqué ese escrito cuyo contenido coincide con la información atinente al lamentable suicidio del jurista César Barrientos Pellecer, magistrado de la Corte Suprema de Justicia., y quien, según un pariente cercano al extinto, se encontraba abrumado aparentemente a causa de problemas familiares y asuntos relacionados con la aplicación de justicia.
El texto que se publicaría el lunes 22 de abril de 2012 dice así resumidamente: Hace unos 15 años, aproximadamente, uno de mis hijos fue detenido por agentes de la PNC en horas de la noche, cuando se conducía en una motocicleta hacia una farmacia, encontrándome yo enfermo, postrado en cama.
El muchacho, casi un adolescente, llamó a la casa. Su madre atendió el aparato telefónico y sin avisarme acudió en auxilio de nuestro hijo, habiéndole solicitado apoyo legal a mi querido y recordado amigo y paisano Fredy Alberto de León, más notario que abogado, quien vivía cercanamente.
El chico fue acusado de transportarse en una motocicleta robada. Y era cierto. Pero no porque mi hijo hubiese cometido el delito, sino que un amigo suyo le vendió ese vehículo que, a su vez, lo había adquirido de otro sujeto de dudosa reputación. Fredy demostró la inocencia del mozalbete, que salió indemne la madrugada del día siguiente.
No fue hasta que mi mujer y nuestro vástago retornaron a casa que me enteré del incidente; pero la madre ya lo había amonestado, porque, aunque ignoraba la procedencia del vehículo, había corrido el riesgo de ser conducido a la cárcel, con sus obvias consecuencias, y habría colocado en entredicho a la familia, para regocijo de quienes me detestan con especial entusiasmo.
Guardando las grandes distancias, ahora que el abogado César Barrientos Aguirre es acusado de integrar una banda de trata de blancas, reflexiono acerca de la conducta de los hijos que, cuando se convierten en adultos, no siempre corresponden a enseñanzas y ejemplos de los padres. Si a ese joven letrado le comprueban las imputaciones en su contra, purgará la condena respectiva.
Sin aseverar que sea culpable o no, he reflexionado en torno a los sentimientos de su padre, el magistrado César Barrientos Pellecer, especialmente sobre la congoja (como él mismo definió su estado de ánimo) que sufre por la inculpación que pesa sobre su hijo, aunque no fuera presidente de la Cámara Penal de la Corte Suprema de Justicia, porque un padre jamás desea que un hijo suyo sea objeto de graves señalamientos públicos, sin que ello implique que deje de amarlo.
Es digno el proceder del doctor Barrientos al mantenerse distante de las diligencias procesales; pero, de todas maneras, atraviesa momentos de amargura, bochorno y desconsuelo. Los que somos padres de familia y que hemos procurado guiar a nuestros hijos por los caminos de la rectitud comprendemos la angustia que oprime al honorable magistrado.
(Hasta aquí el texto, sin haber imaginado el desenlace fatal que sobrevendría).