Al acercarnos al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, no puedo más que aprovechar la fecha y más allá de referirme a la celebración, hacer una mención al feminismo en Guatemala.
Independientemente de mi agrado o desagrado por esta conmemoración, cada año al observar a grupos feministas manifestarse durante ese día y reproducir una retórica gastada acerca de la “subyugación femenina demandada por la sociedad”, me separo más de esa corriente y me entristezco por ser nosotras quienes actualmente enfatizamos en la brecha que nos separa (y enfrenta) a hombres y mujeres.
El feminismo en la actualidad me resulta absurdo, la realidad ha cambiado y el papel femenino es muy distinto que varias décadas atrás; esto es expuesto en la versión de Michelle Foucalt sobre el mito de Ariadna y Teseo, que evidencia la posibilidad femenina de desatarse del “hilo” identitario que le sustrae la libertad de actuar y pensar, aun si esto implica desligarse de las atribuciones que por ser mujer le han sido conferidas. Ariadna, en lugar de esperar el regreso del hombre “salvador” emprende valiente otro rumbo. Foucalt pretende ilustrar cómo ese rol se ha transformado, resaltando la paradoja como el hilo nuevo con el que se tejen las nuevas formas de pensamiento y acción.
No obstante, las demandas de los grupos feministas siguen tendiendo hacia la “autovictimización” y por elección a asumirnos en desventaja, buscando sobre estos fundamentos privilegiar a las mujeres por el simple hecho de serlo, y tener consideraciones excepcionales con ellas por la misma razón, buscando lo que ellas mismas han denominado “Discriminación Positiva” (¿podrá existir tal cosa?).
Un ejemplo de lo anterior es la “ley contra del femicidio y de otras formas de violencia contra la mujer”, esta resulta hasta cierto punto contradictoria tanto en el ideal como en la práctica. En primer lugar porque las feministas proclaman que su lucha es motivada por la búsqueda de alcanzar la igualdad por lo que sus exigencias de ser tratadas de forma diferenciada, resulta en una suerte de “autodiscriminación”. En segundo lugar porque el número de “homicidios” superan por mucho a los “femicidios”. Aún más, un asesinato de mujer es per se femicidio, o porque las causas que lo ocasionaron radicaban en la discriminación y exclusión, o también lo es una mujer que se enfrenta a balazos con la policía… y un largo etcétera. Además, ¿No vale lo mismo la vida de cualquier ser humano? Cualquier muerte violenta es igualmente deplorable.
Todos debemos hacernos conscientes de las luchas que las mujeres ya ganamos, y de las oportunidades ahora existentes, entre ellas el trabajo, la libre expresión, la libertad sexual, el acceso al poder (cuestiono por esto el establecimiento de “cuotas” de mujeres en el Congreso). Tristemente las mujeres que han accedido al poder no han sabido demostrar por qué debemos haber más mujeres al frente del país, al igual que los hombres, no han sabido marcar un cambio.
Es verdad que aún existen injusticias y un camino largo por recorrer para muchas mujeres, especialmente en el interior del país, sin embargo la forma de aproximarnos al tema no debe ser la auto-exclusión ni la discriminación (positiva o negativa), el odio inter-género solo nos aleja más de la auténtica equidad. El verdadero feminismo, nos dice Ada Facio, implica transformaciones profundas que afecten indistintamente a hombres y mujeres, asevera que todos somos “igualmente diferentes e igualmente semejantes”, y afirmar lo contrario es igual a rechazar la totalidad humana de una persona.
Al acercarnos al Día Internacional de la Mujer, extiendo un saludo a las mujeres luchadoras, les recuerdo que nuestro valor no radica en nuestro género sino en nuestra humanidad y por último, les invito no a ser mejores mujeres, no a regresar a un papel que ya no se nos exige jugar, sino a encaminarnos todas (y todos) a perfeccionarnos como seres humanos.