Hay algo que debemos cambiar


EDUardo-Blandon-2013

Son las cuatro de la mañana y abro los ojos como de costumbre, quiero levantarme. Hace muy poco tiempo lo hacía sin dificultad por la fuerza de la costumbre, ahora no puedo. Alargo mi brazo y tomo mi tableta, me conecto. Reviso Twitter, leo lo que mis amigos han subido en Facebook y termino leyendo los diarios por los que tengo afición.

Eduardo Blandón


Bienvenido al siglo XXI. Tras las facilidades del mundo cibernético hay muchas cosas dejadas atrás. Medito. Pienso en mi obsesión por el libro, mis estudios afanosos por la filosofía, el amor por la literatura y las ganas de estudiar. Ahora solo divago, leo noticias y me entero a cada momento de lo que ocurre en los países. Nada es igual. Y mis hijos no son muy diferentes.

Francisco, el mayor, me pide cada semana la compra de una aplicación. No son caras, me reclama, cuestan un dólar. Tiene su iPad y se conecta vía inalámbrica. Se tumba en su cama y con la televisión encendida, que eventualmente ve, juega, chatea o vagabundea como su padre. Completamente sedado parece feliz, no molesta ni le hace falta salir a jugar con sus amigos (¿amigos? No le conozco uno solo en el vecindario).

Luego está Luis, el pequeño. Como no alcanza la edad de su hermano se conforma con un pequeño iPhone. No está contento, dice que tiene poca memoria, ocho gigas, y que es pasado de moda, de hecho no puede bajar muchos juegos recientes. Su madre le presta su tableta, una Samsung de siete pulgadas que rechaza porque dice que Android no le ofrece tantas aplicaciones como el sistema de la manzanita. Sin embargo, descarga música y se las espanta como puede.

Seguro no es una familia típica, pero por esas andan algunos hogares capitalinos.  Todos en la lucha por educar. Aunque no todo es desventaja en el mundo de la red. Los jóvenes la tienen más fácil para estudiar y tienen mucha mayor información que la que tuvimos nosotros hace años. Un estudiante, por ejemplo, me dijo el otro día que aunque no compraba libros se mantenía leyendo por Internet. «Si me interesa un tema lo investigo, averiguo pros y contras y trato de hacerme un juicio con la información». Eso era más complicado en otros tiempos. A ellos les sale natural.

Sin embargo, las amenazas de la red tanto como sus ventajas son indiscutibles. Los padres nos enfrentamos a un reto novedoso: enseñar a los hijos a aprovechar sus posibilidades y esquivar sus peligros. En el camino tenemos que aprender nosotros mismos. Internet puede narcotizarnos y extraviarnos.

Esa es la razón por la que ahora pienso si no será mejor jugar más con nuestros hijos, abrazarlos, ver televisión juntos o jugar un juego de mesa en familia. No digo renunciar a un momento de lectura placentera o juegos electrónicos, digo moderar el uso extremo que le damos a la tecnología. Quizá los niños serían menos obesos, admirarían más la naturaleza, tendríamos todos mejores recuerdos de aventuras al aire libre y hasta seríamos más sensibles con el dolor de nuestro prójimo. Hay algo que debemos cambiar, supongo.