Manos, dulces manos


Dentro de la intimidad que albergan las cuatro paredes que forman el recinto de mi habitación, con la luz tenue, que proyecta, el final de las horas que iluminaron la fluorescencia de mejores momentos del día, me veo las manos… y los años se me vienen encima. No quise enterarme, aun así, queda al descubierto muy a mi pesar, la pérdida de la lozanía, a través de la persiana, donde el espacio dosificó e imprimió, su paso por mi vida.

Rosana Montoya


Veo con nostalgia el desgaste de aquellas manos de seda que fueron el orgullo de mi juventud. Mismas que  delinearon y florecieron en el delirante y etéreo  juego del amor, trastocado por los sentidos, dentro de una grata e irreal nube rosa de algodón azucarado, que desafió en infinidad de veces el nivel de realidad, éxtasis etéreo, compartido desde las más vetustas cúspides de satisfacción de la humanidad. Aunque más tarde estuvieran decretadas a llevar una alianza vitalicia. Fueron esas mismas manos las que siempre se acomidieron al quehacer sin horario preestablecido, ignorando el cansancio y dolor que conlleva mecer la estirpe, siempre solícitas, curaron pequeñas heridas, mimaron, guisaron y arrullaron la tutela que demanda un hogar.  Viéndolas, ya sin prisas, en las postrimeras horas del día, oigo la historia que me quieren contar, son ellas las manos, las que abren de pronto el telón de los relatos.
 
En ese momento preciso de penumbra, acompañada de las horas idas, ya sin luz cuando los sonidos desaparecen, se incorpora en escena una sorda vibración de dudas. Pensamientos y quejas de lo que en sí, encierra el recuento de un viaje, que duró toda una vida, dos vidas o tal vez más…  Quise haber podido congelar el tiempo,  tal vez no, más trascendentales, sino de los más placenteros, como fueron los instantes, en que me creí diva, envuelta en exquisita fragancia,   al tacto de la piel tersa y lozana, sin perder de vista, con pudor, el contorno de la silueta, que la luna devolvía desde el trasfondo silencioso, de un mundo secreto y tenebroso, del que jamás nadie ha hablado, porque todo queda en el pasado. Comparable con la brevedad del momento, continuado con un cúmulo considerable de preguntas sin respuesta que el inconsciente prefirió obviar.    Nostalgia, por una dicha saciada, que hoy solo queda el recuerdo, cuando logro poner mi cabeza caneada sobre la almohada, agotada del trabajo físico que me impuse, para, apaciguar las bellas evocaciones de tiempos idos.
 
En el trasfondo del tiempo, solo existe el presente, porque si hubiera un dejo de pasado, la evocación, estrellaría el cristal del portón del por siempre.