La memoria ya tiene casa


julio-donis

“De vez en cuando camino al revés, es mi modo de recordar. Si caminara solo hacia adelante te podría contar cómo es el olvido” (H. Akabal). Al entrar por la trece calle usted ingresa por un amplio jardín frente a la casa marcada con el 2-72, que a diferencia de la estética urbana dominante, no expone un muro que lo reciba. Se ingresa por un pasillo que lo recibe con la contundencia de las palabras de Akabal, que ya lo disponen al menos a una experiencia cuestionadora.

Julio Donis


Un patio con suelo de ladrillo sin pulir ofrece una sensación acogedora. Las primeras palabras de la guía indican que el visitante decida si el lugar es una casa o un museo. El nombre del lugar es “Kaji Tulam” que en  k´iche significa cuatro elementos, aunque la guía también indica que otro significado es volver al corazón. La primera sala reúne elementos visuales que evocan el legado de la civilización maya; una reproducción del códice de Dresde circula todo el salón por la mitad. El paso a la siguiente sala está flanqueada por una cortina de espadas blancas que cuelgan del techo de listones rojos; la evocación con la invasión española como un hecho de trauma histórico es inmediata. Esa sala contiene elementos visuales y de plástica que recuerdan la Colonia. Si bien se intuye que hay una línea de tiempo en la distribución de los salones, no hay fechas inscritas que lo hagan evidente, lo que se resalta son símbolos acuñados en el imaginario colectivo que permite al visitante, una relación directa. De ese ambiente resaltan dos elementos; una mesa con pequeños modelos que cargan mecapales, y al pie la reflexión sobre la institución de “La Encomienda”; y el segundo, una pintura de Miguel Cabrera de 1763 en la que proponía una clasificación de las personas por color, distribuidas en mestizas, moros y cambujas. Al salir de la Colonia el visitante se encuentra con una pequeña habitación con un lienzo que va de suelo a techo de un militar español a caballo con la sugerente frase: “toda historia oficial tiene otra historia”. La primavera democrática y los logros políticos, sociales y económicos obtenidos en esa época, tienen un salón en la que resaltan siluetas de personas celebrando la vida y la alegría, pero el corte al siguiente cuarto es abrupto, la guía acalló su explicación y la penumbra inunda todo apenas iluminado con un foco tenue; es una casa humilde de campesinos, el ejército acaba de llegar y masacrar a sus habitantes. La sala que sigue está destinada a la guerra de los treinta seis años, recreada  por los testimonios de las víctimas. Hay en ese lugar una copia completa de la sentencia por genocidio dictada por la Corte Suprema de Justicia en mayo 2013, y una copia del Plan Sofía, del cual se destaca la similitud de un reporte militar con el testimonio de un testigo. “A alguien no le gusta lo que eres”, es la frase que recibe el visitante en el siguiente salón, quien encuentra ante sí, su propia imagen en un espejo de tres metros; esa sala también impacta porque están inscritas en color blanco sobre sus paredes negras, dos mil diecinueve nombres de desaparecidos que representan el 4 % del total. Hay cinco ambientes más que no describo para que cada uno los descubra por sí mismo.  Kaji Tulam está diseñado especialmente para la visita obligada de jóvenes y niños; el simbolismo a través de recursos  visuales, colores y el juego de la luz y la oscuridad recrean el ambiente propicio para la reflexión, para generar la conciencia que somos una sociedad racista y discriminadora, víctima desde el inicio hasta la actualidad.