Se ha podido comprobar a través de los años que cada vez son menos las figuras prominentes del foro nacional que aspiran a los cargos que pasan por las comisiones de postulación, lo cual se puede entender de varias maneras, puesto que por un lado es evidente que los procedimientos de calificación no toman en cuenta en verdad la idoneidad y honorabilidad, y por el otro los que se proponen quedan expuestos a cualquier tipo de señalamientos, ciertos o no, lo que hace que algunos profesionales que podrían dar aportes importantes al país prefieran permanecer al margen.
La idea original de las Comisiones de Postulación fue la de sustraer decisiones importantes al ámbito político, creando en su lugar una instancia del mundo académico integrado por representantes de las universidades y de los colegios profesionales. Teóricamente, ello haría que los mejores pudieran ser tomados en cuenta sin necesidad de que los amarres políticos o las componendas tuvieran parte en el juego. Así fue como se logró la primera integración del Tribunal Supremo Electoral, antes de la elección para la Constituyente, y la sociedad quedó satisfecha al ver la calidad de las figuras que fueron designadas para ejercer el control del sistema político del país. Sin embargo, los grupos tenebrosos rápido encontraron la forma de jugarle la vuelta a la disposición y lo que hicieron fue cooptar los colegios profesionales y adueñarse de rectorías y decanaturas, especialmente para asegurar que el tema de la impunidad no sufriera modificaciones que les arrebataran el privilegio de ser superiores a la ley.
Sin querer demeritar a los candidatos que presentaron su papelería para integrar el Tribunal Supremo Electoral, la verdad es que no se observa ninguna figura de las que puedan concitar el sentimiento unánime de aprobación de la ciudadanía, como ocurrió en aquellos lejanos días de mediados de los años ochenta. Hay profesionales dedicados y que tienen evidente interés en participar, tanto que muchos meten papelería para cualquier cargo en disputa, pero el fortalecimiento de nuestras instituciones demanda compromisos tan transparentes que no pueden venir sino de gente que ya consolidó su prestigio y tiene mucho más que perder de lo que puede ganar.
En términos generales, y no sólo en cuanto a los aspirantes a cargos de función pública, se nota un deterioro de nivel. Los Congresos de hoy no son como los de hace sesenta años, cuando prohombres eran los que legislaban, ni las cortes están llenas de lo mejor del foro como solía ocurrir. Cosas del tiempo, sin duda, pero que hacen diferencia.
Minutero:
Los mejores no aparecen
ni quieren ser postulados;
entidades languidecen
y todos salimos fregados