Los propios usuarios deterioran el transporte urbano


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En mi columna del 5 del mes de octubre formulo la interrogante de ¿Cuándo funcionará bien dicho servicio público, entre varias cosas visibles? Tanto el colectivo como quien escribe tomo en cuenta que son los propios usuarios quienes deterioran el indispensable medio de transporte, nadie lo oculta y de consiguiente no baja la guardia al deponer tamaño anomalía vigente.

Juan de Dios Rojas


Ha sido siempre una característica infaltable, consistente en arruinar cada unidad. Sobre todo referente al consorcio que el ingenio chapín le indilga el calificativo de «tomates», cuya circulación variada cubre una buena mayoría de zonas metropolitanas. Sea como sea, a veces sí, a veces no, prestan el servicio. Las objeciones no distan de ser en balde, todos sabemos.

Inclusive tampoco quedan exonerados de tan crítico problema algunos casos del Transurbano actual en pleno movimiento citadino, extendido en zonas populosas. Manos dañinas, malintencionadas ponen su cuota dañina desde el inicio. Enseguida el lamentable asunto gana terreno fácilmente, por cuanto la seguridad inicial, hoy en día no vemos siquiera  un agente una que detenga el proceder.

Tendencia negativa exhibe su intervención rápidamente, inclusive el mismo día que entran a trabajar las susodichas unidades. Inclusive es notoria la ausencia manifiesta en las paradas; los orientadores al principio y los techos necesarios y urgentes, sobre todo en la presente época lluviosa. Por ello cobra vigencia el usual decir verdadero que semejan la flor de un día.

Empero, al retornar al hecho principal, consistente en una vez más, sacar a relucir con creces el caso invariable de dañar por principio todo aquello a la vista, nos topamos con la auténtica realidad imperante, capaz de destruir, así porque así, lo mismo que sirve la comunidad, muy dada a protestar sin sentido, razón ni peso en sus fechorías que utilizan día y noche.

Si somos listos en general para señalar deficiencias que a la postre crecen más y más en la voz popular, aplicando para tal fin la psicología del rumor a toda pompa, mucho mejor es reconocer los lamentables errores cometidos en una constante fuerte y múltiple, esa actitud deberá marcar en cada usuario la responsabilidad de cuidar bien algo que utilizan de continuo.

Pero el comportamiento de marras apoderado hasta el fondo está del cotidiano ser y hacer en contra de ellos mismos: Se devuelven sencillamente el proceder carente de responsabilidad, el debido respeto a la propiedad ajena, sin recapacitar un solo instante que poco a poco el daño ingrato adquiere dimensiones considerables, convirtiéndolas en ruinosas e incómodas ¡qué barbaridad!

Cuando alguna vez conformemos un grupo de connacionales y de cobijados bajo el generoso techo guatemalteco, un ejemplar contingente superactivo, igualmente de consciente y respetuoso, nos sentiremos nimbados de gloria devenida por supuesto del actuar rutinario que de color positivo el usuario las cosas tendrán el cambio tan deseable, esperado y ambicionado.