Recuerda vívidamente ese momento, la última vez que vio a su madre en suelo estadounidense. José Antonio Machado tenía 15 años y era demasiado joven e indefenso como para evitar que se la llevasen. Su madre, Melba, lucía un uniforme anaranjado y estaba esposada cuando un empleado del servicio de inmigración la sacó del lugar.
Al alejarse, la madre se dio vuelta y él le dijo «te quiero». Ella asintió y siguió caminando. El joven idealiza a su madre. Es la mujer bajita que se imagina abrazándolo cuando llega de la escuela. Cuya comida extraña y cuyo cariño y consejos necesita aún hoy, en que tiene 18 años.
«Si estuviésemos juntos las cosas serían mucho más fáciles», expresó. «Una madre te da un amor incondicional». José se encuentra en la misma situación de miles de jóvenes: es el hijo de un padre que vino ilegalmente a Estados Unidos y luego fue deportado, mientras que él se quedó aquí.
«José es un niño abandonado», sostuvo un defensor de los derechos de los menores en un proceso que hizo que se lo enviase a un hogar de crianza en el 2011. Hay al menos 5.100 jóvenes cuyos padres están detenidos o fueron deportados que viven en hogares de crianza, según un estimado. Si José fue abandonado, no fue por su madre sino por las leyes de su país adoptivo que la deportó.
En los últimos tres años se fijó una misión: Traer de vuelta a su madre. Ha ido al Congreso, se ha entrevistado con figuras como Donald Trump y Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, y ha hecho presentaciones en televisión. Es hoy una figura pujante en el debate nacional sobre las leyes de inmigración, una voz joven pero potente que defiende los intereses de su familia y de muchas otras que aspiran a reunirse.
No era una madre ideal. Pero era su madre. Cuando Melba Soza dejó a José y a su hermano mellizo, José Manuel, en Nicaragua y se vino a Estados Unidos, los niños tenían tres años. Tres años después, cuando se reencontraron, José no se acordaba de ella. Por años la llamó «Melba», no «mamá».
Ella había iniciado una nueva vida en Miami. Vivía con un novio y pronto quedó embarazada de una mujercita. José vino con su hermano con una visa y dice que esos primeros años fueron felices.
El novio de Soza, no obstante, comenzó a beber, hubo problemas económicos y se mudaron a una casa rodante llena de ratas. Al poco tiempo Soza y su novio empezaron a abusar de los niños, según documentos legales. Intervinieron las autoridades y se le ordenó a Soza que participase en clases de control del temperamento.
La mujer finalmente se separó del novio, quien obtuvo la custodia de la hija de ambos. Alquiló un departamento de un dormitorio para ella y los mellizos y consiguió trabajo como cajera en una gasolinera. «Pidió perdón por los pecados» del pasado, relata José. «Y yo la perdoné».
La madre fue arrestada en septiembre del 2010, durante una inspección de vehículos. La hubieran dejado ir, pero tenía una orden de arresto derivada de una pelea con su ex novio. Y se dieron cuenta de que estaba en el país ilegalmente. Unos seis meses después, fue deportada.
El padre, a quien casi no conocían, vivía en Nicaragua, de modo que José y su hermano se fueron a vivir con una tía. El hermano terminó mudándose a la casa de la familia de su novia y José estuvo de un lado para el otro, con otra tía y luego con un primo en un departamento en el que dormía en un sillón reclinable repleto de quemaduras de cigarrillo.
Para entonces, José había perdido un mes de clases y, a los 17 años, su futuro no era nada halagador. Un activista defensor de los derechos de los inmigrantes que están en el país ilegalmente a quien conoció poco antes de arresto de su madre lo ayudó a poner sus papeles en orden y José pudo reanudar los estudios. Una amiga, Isabel Sousa Rodríguez, lo puso en contacto con un abogado cuando José decidió buscar un hogar de crianza.
Sousa Rodríguez pasó a ser la mentora que José necesitaba y el muchacho se involucró más en el movimiento de defensa de los derechos de los inmigrantes sin permiso de residencia, con la esperanza de poder traer un día de vuelta a su madre.
«Me impactó mucho», cuenta Sousa Rodríguez. «Siendo tan joven, tenía un fuerte sentido de justicia social. Eso no es común». En el hogar de crianza José no se mostró irritable ni deprimido. Simplemente determinado.
Su madre de crianza, Jolie Bogorad, lo recuerda escribiendo discursos y debatiendo sobre cómo se debía reformar el sistema de inmigración. Comenzó a asistir a reuniones de activistas, a veces levantándose a las cuatro de la mañana para poder participar en ellas.
«Le decía, ‘¿no quieres dormir, descansar, divertirte?»’, relata Bogorad. «Me respondía, ‘más tarde»’.
En un año José era analista de políticas de una red estatal abocada al tema de inmigración. Participó en protestas, gritando consignas y contando su historia. El año pasado, en su último año de la secundaria, encabezó un grupo de activistas que ingresaron a las oficinas del senador Marco Rubio en Miami y se negaron a irse hasta que un asistente del legislador los recibió.
Acto seguido el escribió una carta al editor de The Miami Herald en la que le pedía a los políticos que impulsasen una reforma bipartidista a las leyes de inmigración que permitiese el retorno de algunos inmigrantes deportados que todavía tienen parientes en Estados Unidos.
«Quiero que mi madre pueda volver a la Florida», escribió José, «para festejar conmigo mi graduación». Eso no fue posible y Soza se tuvo que conformar con ver fotos de su hijo en Facebook, con su túnica y sombrero de graduación.
La madre emigró a España, donde consiguió trabajo atendiendo a ancianos. A través de Facebook observó la transformación del niño que había dejado en un hombre y un activista. Abundan las fotos de José en protestas o reuniéndose con políticos.
Se comunicaban a través de mensajes de texto y de llamadas telefónicas semanales. A veces José colocaba en Facebook una foto de él junto a otra de su madre. «Querido universo», escribió el muchacho en mayo pasado. «Este es el último Día de la Madre sin mi madre».
Más de 100.000 padres de hijos estadounidenses han sido deportados desde 1998, según la Policía de Inmigración y Aduanas. El Applied Research Center, de Nueva York, halló que al menos 5.100 niños de 22 estados que son ciudadanos estadounidenses están viviendo en hogares de crianza porque uno de sus padres fue detenido o deportado. También se quedaron solos una cantidad indeterminada de menores inmigrantes que no son ciudadanos.
Mientras que activistas como José creen que una reforma a las leyes de inmigración es la respuesta, otros se oponen a la idea de permitir el retorno de parientes deportados, con pocas excepciones.
«Las leyes de inmigración no valen nada si deportamos a la gente y después dejamos que vuelvan», sostuvo Jessica Vaughan, directora de estudios de políticas del Centro para Estudios de Inmigración, que postula políticas de inmigración firmes.
El proyecto aprobado el año pasado por el Senado incluía varias propuestas para el retorno de familiares deportados que tienen hijos estadounidenses o con permisos de residencia permanente, esposos o parientes en el país. En el caso de Soza, su hija. La iniciativa contemplaba el levantamiento de una medida que prohíbe el retorno antes de diez años.
Si bien el proyecto quedó estancado, el presidente Barack Obama exhortó otra vez al Congreso a aprobar una reforma a las leyes de inmigración. Los republicanos de la Cámara de Representantes revelaron la semana pasada una serie de propuestas para reformar el sistema, pero ya hay quienes se muestran escépticos respecto a las posibilidades de que se aprueba una reforma.
Algunos activistas temen que historias como las de José resulten contraproducentes. Varios le han dicho que el comportamiento de su madre puede darle mala imagen a los padres deportados, comprometiendo las posibilidades de reunión de otras familias. Otros se preguntan por qué quiere reencontrarse con su madre.
Para José, la respuesta es sencilla. «Necesito a mi mamá», explica. «Debería poder abrazarla como cualquier hijo». José tiene hoy permiso de residencia y estudia ciencias políticas en la Universidad Internacional de la Florida. Solicitará la ciudadanía apenas satisfaga los requisitos.
Entre clase y clase, sigue su activismo y trabaja con una organización que busca interesar a los políticos en el tema de inmigración. Se ha reunido con republicanos, demócratas e incluso con Donald Trump, y hablado en decenas de actos. En todas esas ocasiones habla de su madre.
El representante Luis Gutiérrez, que apoya una reforma a las leyes de inmigración y que conoció a José, dice que «deberíamos sentirnos orgullosos de este muchacho que ha pasado por tantas cosas y sigue ayudando a los demás todos los días».
Poco antes de la Navidad, José colocó sus fotos de la graduación y alguna ropa en un bolso, junto con una bandera de Estados Unidos que le había regalado su madre, a la que no veía desde hacía tres años.
Sus amigos habían recaudado dinero para comprarle un pasaje a Bilbao. El dinero no alcanzó para un segundo pasaje para su hermano, quien también obtuvo la residencia y vive en Miami.
El día de Navidad José bajó por una escalera mecánica y se encontró con su madre en el aeropuerto. «¡Mi hijo! ¡Mi amor!», dijo la mujer entre sollozos, mientras lo abrazaba. «Tenía miedo de que ya no quisieses a tu madre», agregó. «De que me vieses como a una extraña».
Estuvieron juntos cinco días, paseando por Bilbao. Vieron una película y se pusieron al día con sus cosas. Ella le dijo que temía haberlo defraudado. «Siento que te fallé como madre por haber sido deportada», le confesó. José trató de tranquilizarla. «Mi madre soportó una tormenta, pero no perdió de vista el sol», expresó.
En su último día juntos, se despertaron temprano y fueron al aeropuerto. José habló de organizar un acto para hablar de su experiencia en España y de lo que sintió al ver a su madre después de tanto tiempo. No se emocionó… hasta que llegó el momento de despedirse de nuevo. Con lágrimas en los ojos, abrazó a su madre. «Hoy soy fuerte por ti», le dijo.
«Me impactó mucho… Siendo tan joven, tenía un fuerte sentido de justicia social. Eso no es común» – Sousa Rodríguez.
«Las leyes de inmigración no valen nada si deportamos a la gente y después dejamos que vuelvan» – Jessica Vaughan.