Mis disculpas, don Abelino


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Hace muchos años, en una ciudad llena de paz y dulzura, que se llamaba Antigua, cuando era adolescente estudié en el Instituto Normal para Varones “Antonio Larrazábal” –INVAL–, donde tuve el honor y el orgullo de recibir clases de maestros de primera categoría, que demostraban, no solo su sabiduría, sino su amor por la enseñanza, su preocupación por la formación de los adolescentes a su cargo, su entrega total a esa sagrada misión que ellos la tomaban como una religión valiosa, inclaudicable e ineludible, con absoluta pasión y entrega.

Héctor Luna Troccoli


No existían las huelgas, ni los bloqueos de calles, avenidas y carreteras, ni se dejaban manipular por supuestos líderes cuya pasión era dar clases en cantinas y lanzar improperios contra todos buscando siempre, no el interés de los niños y jóvenes, sino el suyo propio.

Dentro de esos grandes maestros, verdaderos en su convicción, honestos e íntegros, que tuve el honor de conocer, cuyas  enseñanzas se asimilaban por ósmosis de respeto mutuo y de calidad total, se encontraba don Abelino Ponce, quien así como en su interior llevaba un símbolo de caballero, en su exterior, pese al sueldo que se les pagaba, vestía como un extraordinario personaje, en donde sus trajes, camisa, corbata, saco, zapatos, calcetines, representaban la dignidad que  profesaba por administrar educación. Era de unos 45 años en aquel entonces, erguido en su porte, pero sobre todo un MAESTRO de la cabeza a los pies. Nos daba Ciencias Naturales, una clase que no me gustaba pero que de alguna manera don Abelino la convertía, si no en agradable, al menos en digerible.

Ahora joviel (sin mayúscula) y compañeros y compañeras visten en fachas de camisetas a rayas o colores chillones, pantalones de lona y caites o en algunos casos zapatos. Es el reflejo exterior de lo que llevan en su interior y que con ello, espero que José Martí al verlos, borre sus sagradas palabras “….y me hice maestro, que es hacerme creador”.

Allí gritan y marchan, bailan en plena calle, ríen a carcajadas; es el otro desfile de Huelga de Dolores aunque sin crítica, ni gracia, sino marchas para unirse al gobernante de turno cuando este, aunque sea chafa y de mano dura necesite le den más dinero para aumentar un sueldo que dudo la mayoría se lo merezca, dejando a salvo a esa minoría que aún existe y que hace del magisterio un apostolado, como don Abelino Ponce y que caminaba todos los días del  Instituto a su casa frente a la Merced saludando a media  Antigua con una ligera sonrisa y pasos firmes y rápidos después de cumplir con dar,  durante varias horas, las clases respectivas a sus alumnos del INVAL. Es decir iba con la satisfacción del salario bien ganado y que sus alumnos tendríamos necesariamente que ir a hacer la tarea encomendada para el día siguiente.

Cuando vi a los que se dicen maestros, especialmente joviel y su eterno guardaespaldas un gordo con barba canosa, se me vino a la mente de inmediato la figura de don Abelino Ponce, quizás porque mi mente rápidamente estableció las diferencias y porque tuve la inmensa suerte de que junto con este MAESTRO ANTIGÜEÑO, tuve otros que me dieron parte de su vida al trasladarme sus enseñanzas, llenarse de paciencia, trabajar duro por un pequeño salario, suficiente para vestirse correctamente y vivir con modestia pero con dignidad, saliendo por las ventanas con barrotes y macetas de esa ciudad que se está muriendo.

A joviel y los otros que bajo la batuta de un militar marchaban por las calles, no me queda más que mostrarles mi  tristeza por la educación de Guatemala y con verdadera humildad, donde quiera que su alma generosa se encuentre, decir de todo corazón: “MIS DISCULPAS MÁS SINCERAS, DON ABELINO…”