Constanza, en los fríos de Quetzaltenango


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Nadie reparaba en su presencia, era tan normal que una joven aprovechara el momento de reposo de la lluvia para hacer alguna que otra diligencia. En lo que nadie reparaba, porque todos llevaban prisa para resolver sus asuntos antes de que empezara de nuevo la lluvia, era que la joven, cuyas prendas anunciaban el acaudalado origen de su familia, iba sin la tradicional doncella de compañía.

Celso Lara Figueroa
Universidad de San Carlos de Guatemala

En esos tiempos, cualquier joven que se animara a salir a las calles debía ir acompañada por un miembro de su familia, o una doncella, para evitar que algún osado muchacho se animara a galantearla.  Pero Constanza llevaba demasiada prisa, además no quería que Clara, su sirvienta, se enterara de su salida porque podría interrumpirla con sus interminables consejos e historias.  Además temía que sus padres se enteraran de sus salidas, quienes, en todo su derecho, preguntarían a dónde se dirigía la joven y para qué.

El núbil corazón de Constanza estaba prendado de un estudiante de leyes, que acababa de llegar a Quetzaltenango proveniente de la capital.   Un breve paréntesis en sus estudios en la Universidad de San Carlos se había producido porque una parienta lejana, ya anciana, estaba a punto de morir y la familia de Guillermo le había encomendado que cuidara a quién legaba la cuantiosa fortuna que creían que conservaba la pobre enferma.

Aunque la fortuna de doña Isabel, la tía lejana de Guillermo, no era la más grande del occidente, era una de las más sólidas de la ciudad.  La gran casona que había mandado a construir, diseñada por un arquitecto poco conocido entonces, recién llegado de España (“quién sabe por qué…” como decían las señoras de la época), demostraba a los vecinos que el caudal de doña Isabel era considerable. 

Pero a los padres de Constanza no les agradaba el joven recién llegado.  “Es un chapín pretencioso”, comentó la madre de la muchacha.  “Esos abogaditos aprovechados sólo quieren ver qué sacan”, sentenció el padre.  Pero desde que lo había visto en el parque, frente a la iglesia, Constanza sabía  que era el hombre de su vida.

Para no disgustar a sus padres, la muchacha fingía una antipatía por Guillermo, pero ya se habían encontrado varias veces.  Una en el teatro, cuando asistió a una función de gala.  Mientras ella, con sus padres, entraba al palco que su familia abonaba, Guillermo iba con varios muchachos al que poseía su enferma tía.  Los jóvenes hacían algún ruido, comentando en voz alta sus hazañas del día.  “Es una vergüenza, para qué dejan entrar a esos advenedizos”, comentó el padre de Constanza, mientras la joven se entristecía por el poco aprecio que mostraban por el muchacho que, a hurtadillas, le había sonreído.  Un día después, de manos de Clara, Constanza recibió un mensaje que Guillermo le había enviado, aprovechando la falta de la doncella en el arte de la lectura.  En él, le describía todos los sentimientos que la joven despertaba en el futuro abogado.  La joven se turbó y no respondió el billete.

Otra vez, en el parque, cuando se celebraba la Independencia, sus miradas chocaron.  En esa ocasión, Guillermo pudo descubrir que los sentimientos de la joven eran los mismos que los suyos, por la forma en que le vio.  Los otros encuentros fueron furtivos, hasta que, decidido, Guillermo se atrevió a proponerle que se encontraran cerca de la casa de su tía, en el puente que estaba construyéndose sobre un riachuelo que estorbaba el paso en época de lluvias, cobijados por la penumbra de la tarde.

Constanza aprovechaba el descanso de la lluvia y se apresuraba a llegar al puente.  Estaba temerosa porque aún había Sol, pero pronto oscurecería y podría encontrarse con su amado.

A pesar de los consejos de su criada, Constanza había decidido ver a Guillermo en ese lugar porque les permitía verse en el recodo del puente, ocultos a la vista de los transeúntes y cuando ya no había trabajadores en la obra.  Además, era más fácil que se encontraran en ese punto, porque Guillermo ya no salía de la casa de su tía, quien estaba cada vez más enferma.

Clara le había dicho a Constanza que ese lugar no era bueno.  Desde niña, la criada había oído contar la historia de dos antiguos guerreros que, luchando por una princesa, habían encontrado la muerte en ese lugar, cuando la ciudad era uno de los más importantes baluartes k’iche’es. 

De acuerdo con la historia, la princesa, Rostro de Luna, estaba comprometida por su padre para casarse con el guerrero Garra de Jaguar, como un premio por su participación en la conquista de la ciudad de Culaja’ a los mames.  Rostro de Luna, como todas las princesas de su tiempo, sabía que debía cumplir con las órdenes de sus mayores.  Pero otro guerrero, Ojo de Lagarto, quien había dirigido realmente la toma de la ciudad de Culaja’, se sintió ofendido porque no había obtenido la mano de la princesa y retó a Garra de Jaguar. 

La cita del duelo fue junto a un pequeño riachuelo que se formaba en la época de lluvias.  Aunque era la suerte de Rostro de Luna la que estaba en juego, ninguno de los guerreros había contado con su aprobación para luchar por su mano y ella ni siquiera estaba enterada de su rivalidad.  Una mañana, casi al alba, ambos guerreros se enfrentaron en el lugar señalado, en las afueras de Culaja’, cuyo nombre había sido cambiado a Xelahub.  El duelo fue feroz y ambos combatientes cayeron al suelo, heridos por sus poderosas armas de obsidiana.  Las heridas fueron mortales y el padre de Rostro de Luna, enfurecido porque el duelo contravenía a sus planes, decidió que Rostro de Luna jamás contrajera matrimonio.  Contaban que la pobre princesa solamente podía contar sus tristezas a unas avecillas que revoloteaban por el lugar.  Algunos pensaban que las avecillas, dos chocoyos, eran las almas de los guerreros que se disputaban las atenciones de la princesa.  Dicen que, cuando ella murió, aumentó el número de chocoyos a tres. 

Toda esta historia asustaba a Clara, porque decían que siempre se veían las avecillas cerca del punto donde se encontraban Constanza y Guillermo, por lo que la enamorada joven decidió no contar con la ayuda de su criada.

Estaba anocheciendo cuando Constanza llegó al punto de reunión.  Una sombra la esperaba, emocionada, la joven apresuró el paso, sin importar las molestias del agua acumulada por la lluvia y el pequeño torrente que interrumpía el paso y estropeaba su traje.  Cuando llegó sólo pudo emitir un suave grito… estaba horrorizada, el cuerpo de Guillermo estaba a los pies de la sombra de un hombre, junto a una mancha de sangre. 

El padre de Constanza lo había descubierto todo y no estaba dispuesto a consentir que su hija le desobedeciera.  El padre, enceguecido por la furia, disparó también contra su joven hija, quien cayó junto a su amado, confundiendo la sangre de su herida con la de Guillermo y el agua del torrente.

…dicen que ese atardecer dos chocoyos más se unieron al grupo y que su alegre revoloteo se dirige al Sol, sin importar que los hombres se empecinen en impedir el amor de los jóvenes, en el puente de los Chocoyos…

“Para no disgustar a sus padres, la muchacha fingía una antipatía por Guillermo, pero ya se habían encontrado varias veces.  Una en el teatro, cuando asistió a una función de gala.  Mientras ella, con sus padres, entraba al palco que su familia abonaba, Guillermo iba con varios muchachos al que poseía su enferma tía”. 

“La princesa, Rostro de Luna, estaba comprometida por su padre para casarse con el guerrero Garra de Jaguar, como un premio por su participación en la conquista de la ciudad de Culaja’ a los mames.  Rostro de Luna, como todas las princesas de su tiempo, sabía que debía cumplir con las órdenes de sus mayores”.