Espantados ante el resultado de encuestas que demuestran que la mayoría de guatemaltecos se oponen a la minería, algunos han sugerido que nuestro pueblo es cavernario porque únicamente quienes quieren vivir en la edad de piedra pueden renegar de la minería que se encarga de proveer todos los metales que facilitan la vida moderna. El razonamiento sí que es de la edad de piedra, puesto que no hace falta ser genio ni vivir en la era del conocimiento para darse cuenta que el rechazo es a la forma en que se plantea la extracción de metales en nuestro país.
Oponerse a la minería en Guatemala significa, concretamente, rechazar la forma en que se otorgan las licencias de explotación, amañadas con autoridades que cobran soborno para concederlas; es un rechazo a una ley que constituye una afrenta porque legaliza la piñatización de recursos no renovables a cambio de pinches regalías que no compensan la pérdida definitiva de esos minerales. Es un repudio a la forma en que se hacen los estudios de impacto ambiental porque no se impide el daño ecológico.
No hay ningún idiota que se oponga a la minería porque no quiera tener metales, aunque sí haya otros que lo piensen o que manipulen falazmente sus argumentos para hacer creer que rechazar la forma en que operan en nuestro país es una oposición al desarrollo. Lo cierto es todo lo contrario, puesto que se evidencia que la población tiene conciencia de la forma anómala en que se procede entre inversionistas y políticos para aconchabarse en la explotación irracional y abusiva de los recursos no renovables.
Es tan ridícula nuestra ley que la misma Empresa Marlin dispuso voluntariamente quintuplicar las regalías que le impone nuestra legislación minera, saliendo así al paso al reclamo que con toda justicia se hizo por lo vergonzoso del uno por ciento que se estableció como compensación para el país.
Algunos piensan que el desarrollo nos obliga a ponernos de culumbrón, sea para regalar la mano de obra o para regalar nuestros recursos. La verdad es que el resultado de esa encuesta demuestra que hay mucho mayor discernimiento del que se puede suponer, porque el repudio a la minería es un rechazo a la forma en que una corrupta clase política dispuso regalar recursos no renovables a una igualmente corrupta inversión extranjera.
Antes, a la gente que con plena conciencia reclamaba derechos y se oponía a los abusos, simplemente la tildaban de comunista o los etiquetaban como compañeros de viaje de los camaradas. Hoy les dicen cavernícolas que quieren vivir en la edad de piedra.
MINUTERO:
Se rechaza la minería
por la forma en que proceden;
negocio de porquería
que enriquece a los que ceden