Murió el doctor Carlos Pérez Avendaño


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Tras una muy larga enfermedad y con una actitud ejemplar hasta el último minuto, sin proferir ninguna queja ni renegar del prolongado sufrimiento, hoy dejó de existir mi suegro, el doctor Carlos Pérez Avendaño, quien durante muchos años fue columnista regular de diario La Hora, abordando variedad de temas con un estilo peculiar. En sus últimos días apenas articulaba palabra, pero cuando lo hacía era para agradecer los cuidados que recibía de su familia más cercana y de las enfermeras que con cariño y dedicación mitigaron su agonía, dándonos a todos un ejemplo de fortaleza e hidalguía que permite decir, literalmente, que en su caso sí que fue “genio y figura hasta la sepultura”.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt


Desde sus años de estudiante en el Instituto Central para Varones empezó a destacar, habiendo sido alumno distinguido del establecimiento, lo que le fue reconocido con una bicicleta que anualmente regalaba el dictador Jorge Ubico al más brillante de los estudiantes del Instituto. Luego destacó en la Facultad de Medicina de la Universidad de San Carlos no sólo como alumno ávido de conocimientos, sino como huelguero chispudo, miembro del equipo de béisbol de la Universidad en la liga mayor, dirigente estudiantil y aplicado practicante en los hospitales nacionales previo a graduarse de médico. Tenía también la vena de jodón y parrandero; lo primero le duró toda la vida y lo segundo se acabó cuando se casó con mi suegra, Lilly Monterroso de Pérez Avendaño, responsable según todos sus compañeros de estudio de haberle puesto freno al desenfreno.
 
 Y a propósito de Lilly, creo que la prolongada agonía de mi suegro tuvo muchísimo que ver con el entrañable aferramiento que hubo entre ellos. Lilly no se separó ni un minuto del enfermo y lo atendió con una dedicación impresionante aun para quienes siempre les vimos viviendo el uno para el otro. Tengo que decir que la muerte del doctor es muy dolorosa para nosotros, los Marroquín Pérez, pero que también nos duele terriblemente la situación de mi suegra quien ha tenido que cargar con una cruz enorme.
 
 Muchas veces, cuando con mi suegro hablábamos de la muerte como parte de la naturaleza del ser humano, él me decía que cobardemente le pedía a Dios morirse antes que su mujer porque sin ella estaba seguro que no podría sobrevivir más que bien a reata. Dios le hizo caso y se lo llevó antes, seguramente porque sabe que Lilly tiene la entereza, la fortaleza y el temple para sobrellevar este enorme dolor por una ausencia que en su caso será enorme.
 
 Y junto a Lilly, durante todo este largo y doloroso proceso, siempre estuvo mi mujer, María Mercedes, la hija mayor del matrimonio, quien se entregó en cuerpo y alma a servir a sus padres. Por fortuna tuvo el constante y consistente apoyo de las seis familias de nuestros hijos, tanto de los que viven aquí como de los que viven en el extranjero, quienes día a día llegaban o llamaban para hablar con el abuelo, mientras pudo, y luego para reconfortar a la abuela en los últimos momentos.
 Este es un día de pesar para nosotros y sé que también para muchos lectores de La Hora que recuerdan a la Radio Escandinava y a la “Lila, mi mujer”. Y es el día en que por fin descansó un gran hombre que hasta para morir fue ejemplar.