Los sucesos de ayer en el Teatro Nacional han sido analizados desde distintos puntos de vista, sobre todo ahora que las redes sociales permiten a cualquier usuario de alguna de ellas hacer sus propios comentarios; hay que destacar que tanto en esos novedosos medios de comunicación como en los tradicionales, se han recordado incidentes similares en los que otras personalidades políticas fueron víctimas de agresiones parecidas con similares o más graves consecuencias. Se han traído a la memoria hechos como el zapatazo del que se libró Bush en Irak, el porrazo que sufrió Berlusconi al recibir en pleno rostro una estatuilla de la Catedral de Milán, el escupitajo en la cara de Michel Bachelet en Chile y la agresión a Helmuth Kohl en el acto de celebración de la reunificación alemana.
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Localmente se ha olvidado que la esposa del general Efraín Ríos Montt y su hija protagonizaron un incidente en los años 90 cuando lanzaron chile en los ojos de diputados en el curso de discusiones sobre si el exjefe de Estado podía optar a la presidencia. Diputados de entonces, como Arístides Crespo y Oliverio García Rodas, nos podrían ayudar a hacer memoria. El incidente terminó sin ninguna consecuencia, hasta donde recuerdo.
Es definitivamente cierto que en el mundo se han visto cosas parecidas y hasta peores de lo que ayer ocurrió en el Teatro con la Vicepresidenta de Guatemala, pero eso no le resta gravedad al hecho de que se produzca una agresión de ese tipo que, de conformidad con las definiciones del Diccionario de la Real Academia de la Lengua, que tiene enorme importancia en la interpretación de nuestras leyes, constituye un atentado.
Nos hemos convertido en una sociedad que rehúye el diálogo para caer en la confrontación y la intolerancia, lo cual es gravísimo porque nos coloca a las puertas de revivir períodos oscuros de violencia política en los que cualquier diferencia se resolvía eliminando al adversario o a quien pensaba distinto. Y pocos se escapan de esa tendencia a buscar atajos para resolver sus problemas al margen de la ley o violentando el orden jurídico de la Nación, situación que impide la pacífica convivencia basada en el mutuo respeto y aceptación de las diferencias y disidencias como parte de la vida misma.
Cuando vemos expresiones que si no se congratulan abiertamente, sí justifican la agresión contra la Vicepresidenta, nos damos cuenta de cuán relativa es nuestra actitud ciudadana. Simple y sencillamente se trata de la comisión de un delito que no se puede tolerar en una sociedad y para el que no caben ni explicaciones ni complacencias porque esa postura de doble moral que clasifica un crimen no por el comportamiento del agresor sino por la calidad de la víctima, es algo que nos ha hecho demasiado daño. Antes se aceptaban las ejecuciones de los izquierdistas y ahora a muchos les parece muy bien la limpieza social, de la misma manera en que no muestran desagrado por atentados como el de ayer. Nuestra ruta a la anarquía parece haberse convertido ya en una verdadera autopista.