No por tanto haberlo dicho sale sobrando repetir que consideramos que la adopción es una de las instituciones más nobles del derecho civil porque provee de familia a niños que no la tienen y permite a familias gozar de la bendición de enriquecerse con hijos. En ese sentido, la promoción de adopciones debiera ser bien vista y aplaudida, además de que se debe fortalecer el mecanismo para garantizar los fines de la institución.
Sin embargo, cuando vemos que nuestro país es el paraíso para las adopciones y que ocupamos el primer lugar del mundo si se toma en cuenta la relación entre cantidad de habitantes y número de adopciones, tenemos que entender que ello no es porque seamos cabalmente los más aplicados en practicar los mejores procedimientos que tiendan a asegurar a las partes todos los beneficios inherentes.
Por el contrario, en este mundo actual en el que hemos ido derivando a la comercialización de todo, hasta de las adopciones, hay que ver que en el fondo está el interés económico de quienes se dedican a realizar los trámites y que, en muchos casos, son verdaderos vendedores de niños a compradores extranjeros cuyo principal requisito es el cheque que deben extender para cubrir los gastos de la adopción. Decir que hay tráfico de niños es muy duro y por supuesto que despierta malestar entre quienes ejercen su oficio notarial facilitando la gestión a extranjeros que pagan en dólares o euros el trámite. Pero si estuviéramos hablando de otra «mercancía», nadie dudaría en hablar de tráfico.
Guatemala tiene que adoptar medidas para honrar el espíritu de su legislación en materia de adopciones y asegurar que efectivamente la institución sirva a las familias y a los niños que carecen de ellas. No puede negarse la existencia de casos en los que los menores son robados, sustraídos de sus padres naturales, para ser colocados en las casas cunas que ofrecen el producto. Y tampoco que hay madres que en estado de extrema necesidad y de abandono social, venden a sus hijos y los producen como fuente de ingresos al poner a disposición de ese inclemente mercado la mercancía apetecida.
Debemos garantizar que la adopción siga siendo una noble institución del derecho civil y no un negocio por mucho que existan aquellos que creen que todo lo que es parte del mercado se vuelve bueno por obra y gracia de un Dios que sólo ellos entienden. Y ahora que la presencia de expertos internacionales pone el dedo en la llaga para que entendamos hasta qué punto Guatemala está corrompida al no sólo exportar a sus trabajadores que se vuelven migrantes ilegales, sino a sus niños que se convierten en una simple y pura mercancía.