Recién he terminado de leer un libro de Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006, titulado “el novelista ingenuo y el sentimental”. Una obra, en el que el escritor turco, ofrece una extensa reflexión sobre lo que para él es la literatura a partir de unas conferencias ofrecidas en el 2009 en la Universidad de Harvard.
Pamuk considera, en primera instancia, la labor intelectual tanto del escritor como del lector. El primero, porque debe aderezar narraciones urdidas inteligentemente, esto es, una especie de trabajo artesanal en donde el cálculo es vital. Un trabajo de relojería en el que todo quede ajustado con precisión. El segundo, porque debe aportar imaginación a la lectura, capacidad de concentración y muchos sesos para la comprensión del texto.
Del libro se desprende que las obras no pueden ser producto de la improvisación. Y lo demuestra al explicar la tenacidad y esfuerzo en la construcción de sus textos. Saber escribir y saber desechar lo que no sirve. Esa es la clave. La constancia, el tratamiento de lo escrito, la imaginación.
La novela no es un género que necesariamente refleje la vida del autor. Consiste más bien en la expresión de inquietudes profundas. En la narrativa, el escritor trata de comprender el mundo y descifrar enigmas, develar el misterio y sugerir perspectivas. Es verdaderamente un trabajo filosófico sin ser estrictamente filosofía. Ello se constata, sugiere él, en las grandes obras de Dostoievski, Balzac, Tolstoi, Mann y Don Quijote, entre tantos otras.
Pamuk sugiere la complicidad entre el autor y el lector. Es una comunicación intelectual en el que el lector debe abrirse a las ideas y asimilarlas desde la propia experiencia. De aquí que cada lectura sea diferente. La apropiación de los textos no puede ser nunca igual porque cada uno tiene una recepción particular. Es una experiencia parecida a la pintura, afirma, aunque diferente.
La apreciación de un lienzo, explica, es un hecho factual. La lectura es una experiencia que va más allá de la contemplación. Requiere otro tipo de estrategias: imaginación, intuición, pensamiento y elucubración. El lector tiene la tarea de desentrañar la obra para que le diga algo. Por ello, los buenos lectores no disfrutan los textos fáciles.
Quien lee de manera habitual disfruta las obras de arquitectura más refinada porque lo hace pensar, el escritor lo desafía y la recompensa es la revelación. Al descubrir lo ignorado, al expresarse el misterio o simplemente atisbarlo, hay una especie de felicidad interna que provoca gozo. Para ello, el escritor debió no sólo manifestar ese universo, sino exponerlo con cualidades literarias.
En resumen, Pamuk ofrece un ensayo metaliterario en su esfuerzo por comprender no solo su oficio de escritor, sino también de lector. Un aporte interesante para quienes tienen fascinación por desentrañar el oficio literario y las claves de interpretación estética.