Por más fervientes que hayan sido nuestras expresiones de buenos deseos para el año que se inicia y por constantes que sean nuestras oraciones, tenemos que asumir con realismo que en el plano nacional, como país, no hay razones que puedan justificar ningún tipo de optimismo porque no existen condiciones que permitan cambio alguno con respecto al rumbo que lleva la Nación desde hace muchos años. El simple relevo de calendario, al archivar el viejo almanaque del 2013 para iniciar con entusiasmo y buenos propósitos el 2014, no basta para darle sentido al natural optimismo que sentimos simplemente por el inicio de una nueva etapa, de un nuevo ciclo.
En el plano individual, familiar o empresarial, obviamente las metas que se proponen podrán alcanzarse si son racionales y si tenemos la constancia necesaria para trabajar por ellas, pero en cuanto a la vida en sociedad, a la vida como habitantes de la República de Guatemala, nuestras expectativas se ven limitadas por dos factores esenciales. El primero, y más importante, nuestra falta de compromiso ciudadano para asumir un papel activo que ponga fin al secuestro del sistema democrático que han hecho los poderes fácticos que se reparten los beneficios del poder en forma prácticamente exclusiva; el segundo es la existencia de una falla sistémica en las instituciones nacionales que perdieron el horizonte y sentido de sus fines porque prácticamente toda la institucionalidad está al servicio de la corrupción, el enriquecimiento ilícito y el tráfico de influencias, dejando mínimo espacio y recursos a la promoción de oportunidades para aquellos guatemaltecos que tienen que luchar día a día por su subsistencia.
Por supuesto que el lector puede pensar que se trata de un enfoque pesimista del principio de año y de las oportunidades que tendremos en el 2014, pero analizando las condiciones estructurales del país, con sus fortalezas, debilidades y amenazas, tenemos que asumir que dejando todo el peso de la conducción de los asuntos públicos en la llamada clase política y sus socios en el sector privado que se vienen repartiendo el erario desde hace muchos años, no es muy grande la oportunidad de sacar ventaja del cambio de ciclo. El gobierno actual está entrando a la segunda mitad de su mandato y no hay nada que indique que puede haber un aire con remolino para reformar el ejercicio del poder y volcarlo al servicio público, mientras que entre quienes calientan motores para disputarse la presidencia dentro de dos años tampoco hay una oferta que haga planteamientos radicalmente distintos. Cuánto no quisiéramos que el 2014 fuera el año del cambio en el país, pero condiciones para ello no se ven en lontananza.
Minutero:
¿Cuál será la diferencia
de Bolivia y Guatemala?
¿Por qué aquí hay la tendencia
a que el poder siempre se sala?