Parafraseando a Tito Monterroso, después de diecisiete años de la firma de la paz, uno despierta y ve que el dinosaurio aún está allí, apenas un poco maquillado, pero siendo básicamente el mismo. En otras palabras, no hubo Estado capaz de hacerse cargo de implementar los Acuerdos de Paz que nunca se convirtieron en agenda temática de la Nación y tras el juicio por genocidio contra el general Efraín Ríos Montt, vemos que hasta el fantasma de la confrontación ideológica persiste intacto.
Ciertamente hubo cese al fuego y la izquierda se insertó en el sistema político, pero mientras la violencia sigue enseñoreándose y cobrando vidas, nuestra democracia fue secuestrada por poderes fácticos que la convirtieron en mercado, restando importancia a la participación popular y poniendo todo el énfasis en el financiamiento de las campañas.
Algunos sostienen que la guerra fue simplemente reflejo de la confrontación Este Oeste, negando importancia a problemas internos como causa del conflicto. Pero seguimos con altos niveles de pobreza, con ausencia de satisfactores que eleven el índice de desarrollo humano, descuidos fatales en salud y educación, entregando nuestra riqueza no renovable a cambio de mordidas para los funcionarios y sin construir ningún plan de país que nos haga vislumbrar luz al final del túnel.
De tanto negar la existencia de condiciones reales que dieron lugar a la guerra, nos olvidamos de ellas y no se atacaron los problemas estructurales que han ido creciendo, generando una mayor conflictividad social por la existencia de nuevas complicaciones que, como el fenómeno de las maras y el narcotráfico, se nutren de la ausencia de ley, de un Estado capaz de garantizar el imperio del derecho para todos los habitantes de la República.
Diecisiete años después podemos, es cierto, hablar con menos temor y mayor libertad, pero la incidencia que tiene esa apertura es nula en términos de influir para la búsqueda pacífica de soluciones. Seguimos con gestos de prepotencia, de arrogancia y de fuerza, como las que hemos visto cuando empresas particulares usan policías privadas para reprimir a la población que les plantea algún reclamo.
El dinosaurio aún está allí, y es urgente que lo veamos, que lo identifiquemos como lo que realmente es para evitar sobresaltos en el futuro. No hemos superado las causa estructurales del conflicto armado interno y nuevos focos de tensión amenazan la gobernabilidad mientras las autoridades, ocupadas en amasar fortuna, no entienden ni su responsabilidad ni el deber asumido para enderezar el rumbo de un país que quiere de verdad la paz, pero que se tiene que conformar con una paz de pacotilla suscrita más por intereses bastardos que por intereses nacionales.
Minutero
Sin un Estado capaz
de imponer el derecho
se hizo esquiva la paz
y todo se ve tan maltrecho