EL CAMBIO DE LA ROSA


logito

– Rosa, que quede bien claro, yo tampoco quiero a mi muchacho en ese hormiguero, es más, vaya y préndale unas cuantas candelas a San Antonio para que se lo devuelva enterito y en su sano juicio y sobre todo amoroso y juguetón; ya lo ve, son nietos los que espero de ustedes.

MARIO ESCRIBÁ

– No doña Macu, para nada, ya fueron muchos años de indecisión y alguien como yo no se guarda para vestir santos, esta vez fui clara con él, por diosito que me vuelvo puta si no renuncia a ese asunto que últimamente se le ha encajado entre ceja y ceja.

De ésta manera, él y ella, se encontraron por última vez en la plaza más occidental de la casa verde y se sentaron en el mismo banquillo frente a la jardinera de hojas de mano de león.  Ella se frotó el cabello recién lavado y se subió el escote; él frunció el seño y se agitó la nariz alérgica; no pronunciaron palabra alguna pero se miraron directamente a los ojos por unos veinte minutos. 

De repente la joven se irguió y le propinó una fuerte bofetada al muchacho, quien no más alcanzaría a decir:

– Siempre supe que más tarde que temprano sobrevendría el cambio de la Rosa.

– Y tú, para nuestra desgracia, sigues siendo el mismo animal desconocido del primer día, le increpó Rosa.  Así, a las diez treinta de la mañana de un lunes cualquiera, ella y él cambiaron sus destinos: la dama se encaminó apresuradamente hacia la línea férrea y el joven se encerró definitivamente en el palacio arzobispal.        

A LA CARRERA

MARIO ESCRIBÁ

– Vamos a ver Da Silva, nárreme el entuerto, lo quiero oír de usted directamente.

– Como usted sabe, nosotros, la Asociación Centroamericana de Zurdos al Volante, le requerimos a la Federación Internacional que nos autorizara carreras de automóviles de corta cilindrada, con timón del lado derecho sobre carriles cambiados, así como ocurre el libre tránsito en Inglaterra; y, para nuestra sorpresa, nos autorizaron la solicitud inmediatamente, eso sí con una condición, que los giros sobre las pistas deberían suceder de manera invertida; es decir, contra las agujas del reloj, imagínese.

– Que absurdo ¿y ustedes qué opinan? 

– La verdad don Nelson es que nos resulta lo mismo eso de invertir los circuitos, así es que tan pronto se presentó al velódromo la televisión deportiva declaramos que, en lo que respecta a nosotros, el petitorio es asunto olvidado, que gracias, y que proseguiremos en ventaja compitiendo con los pilotos derechos en sus carreras a la carrera.            

– Ustedes los competidores izquierdos siempre tienen la boca harta de razón, correr como ellos quieren que corran daría la misma mierda, entonces, qué más da, resígnense a seguir ganando como lo han venido haciendo y no olviden que para los grandes campeones las grandes escuderías.

Queda demostrado pues que hasta en las contiendas más insignificantes los de derecha entienden las cosas a la inversa, ya no digamos en los grandes premios