He escrito anteriormente cómo la situación de la democracia liberal y representativa en estos tiempos se ha vuelto una camisa de fuerza para la rapacidad neoliberal. Hace poco más de 160 años, Marx destacó que el político reaccionario Odilón Barrot exclamó desesperado ante el embate popular de la Francia de 1848: “¡La legalidad nos mata!”. La historia ha mostrado muchas veces, que cuando los de abajo empiezan a ganar siguiendo las reglas impuestas por los de arriba, llega el momento de patear el tablero del juego.
Esto fue lo que sucedió en Guatemala en 1954, en el Chile de 1973, y ha vuelto a suceder en los últimos años. Ha sido la derecha la que ha estado pateando el tablero de la democracia: golpes de estado en Venezuela (2002), Honduras (2010), Paraguay (2012); tentativas de golpe de estado en Bolivia (2008, 2012), Guatemala (2009), Ecuador (2010) y fraudes electorales en México (2006, 2012). Parafraseando a Odilon Barrot en el libro de Marx, la derecha en todos estos países podría estar diciendo “la democracia nos mata”. Esto lo escribí a propósito de la compra de las elecciones mexicanas de julio de 2012.
Lo vuelvo a escribir ahora cuando me entero que el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, ha sido destituido por el Procurador General de la República, Alejandro Ordóñez. El crimen de Petro fue quitarle a un grupo de empresas la concesión de la recolección de la basura bogotana y dársela a una empresa pública. El Procurador General colombiano no solamente destituyó a Petro sino lo inhabilitó políticamente por un lapso de 15 años. Resulta esclarecedor que entre los argumentos esgrimidos por el Procurador (que además es un político de la ultraderecha) se encuentre el que Petro con su decisión “atentó contra la libre empresa”. ¿Qué clase de democracia es ésta en la cual un funcionario no electo puede destituir a uno que lo ha sido? Petro es un político moderado que proviene de la izquierda y sus actos no están manchados por la corrupción. Simplemente atentó contra un grupo empresarial de dudosa reputación. A lo sucedido en Colombia hay que agregar lo que ya se ve venir en la “Suiza de Centroamérica”, Costa Rica. Inesperadamente un candidato presidencial de izquierda, José María Villalta, postulado por el Frente Amplio ha empezado a encabezar las encuestas. Al igual que sucedió en México en 2006 y 2012 y en Honduras en 2013, los grandes medios de comunicación costarricenses han iniciado una guerra sucia mediática para destruir la imagen de Villalta. ¿Qué clase de democracia es ésta en la que un sector poderoso manipula facciosamente a la opinión pública? La reforma energética en México ha sido aprobada en cuestión de días y los congresos estaduales obsecuentemente se han plegado a la decisión del grupo dominante en México. El colmo ha sido que el Congreso local del Estado de Querétaro aprobó la privatización ¡en diez minutos! ¿Qué clase de democracia es esta en la que una decisión que afectará a millones de mexicanos no fue consultada popularmente?
Vivimos un creciente orden totalitario disfrazado de democracia. El ojo vigilante que George Orwell auguró en su novela “1984” nos ha alcanzado como lo muestran las denuncias hechas por Edward Snowden. En Estados Unidos de América, un sondeo hecho por el PEN Club mostró que el 88% de sus asociados tienen temor de ser vigilados, una tercera parte evita usar los medios sociales y una cuarta parte evita abordar ciertos temas en sus comunicaciones: asuntos militares en Medio Oriente, las encarcelaciones masivas, narcotráfico, críticas al gobierno estadounidense y movimientos como el de Ocupa Wall Street.
¿Qué clase de democracia es ésta en la que escritores y periodistas temen expresar sus opiniones?