El filósofo y teólogo Agustín de Hipona, o Aurelius Augustinus Hipponensis, nació en el año 354 y murió en el año 430. Sus obras más notables son “Las confesiones”, y “La Ciudad de Dios”. En ambas, pero principalmente en la primera, en el Libro XI, meditó sobre el tiempo, el mundo y Dios; y ya en el Capítulo I de ese mismo libro se planteó esta pregunta: ¿Contempla Dios en el tiempo aquello que sucede en el tiempo? Es decir, ¿Dios mismo es un ser que está en el tiempo, como cualquier otro ser?
Agustín de Hipona argumentó que el mundo (que él denominaba “el cielo y la tierra”) puede cambiar; pero el ser que no ha sido creado “nada tiene que antes no tuviera; y por consiguiente, no tiene que cambiar”. Ese ser que no ha sido creado es Dios. Cualquier ser que él haya creado puede cambiar porque puede llegar a tener aquello que antes no tenía, o puede ya no tener aquello que tenía. La eternidad de Dios consiste en que en él no puede cambiar; y la temporalidad de los seres que él ha creado consiste en que en ellos pueden cambiar. Sobre esta cuestión, Agustín de Hipona afirma que, si surgiera “en la substancia de Dios algo que antes no era, esa sustancia realmente no sería eterna.”
¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo? Si nada hacía, ¿por qué creó el mundo después de determinado instante, y no antes? Agustín de Hipona argumenta que Dios no puede tener una nueva voluntad de crear un ser que todavía no ha creado, porque si la tuviera, tendría algo que antes no tenía; pero entonces habría en él un cambio, y no sería eterno. Empero, si eternamente la voluntad de Dios ha sido crear un ser, es decir, si siempre ha tenido esa voluntad, ¿por qué ese ser no fue creado desde la eternidad misma? Es decir, ¿por qué no fue creado desde el momento mismo en que Dios tuvo la voluntad de crearlo, sino que tuvo que haber transcurrido un determinado tiempo?
Agustín de Hipona argumenta que, antes de que Dios creara el mundo, no había tiempo, porque precisamente el tiempo era parte del mundo creado. Por consiguiente, carece de sentido preguntar qué hacía Dios antes de crear el mundo, como si Dios hubiera sido un suceso en el tiempo, y el mundo hubiera sido un suceso que acontecería después, en ese mismo tiempo. Carece de sentido también, entonces, preguntar por la causa por la cual Dios creó el mundo antes o después de determinado instante; pues antes de crearlo no había instante alguno con respecto al cual hubiera tiempo anterior o tiempo posterior. Es decir, en la concepción de Agustín de Hipona, el mundo no tiene un origen en el tiempo, sino que el tiempo mismo tiene un origen, que es el mismo origen del mundo del cual él es parte. Precisamente Agustín de Hipona afirma: “En ningún tiempo, entonces, creó Dios cualquier ser, porque él creó el tiempo mismo.”
Agustín de Hipona se plantea esta pregunta: ¿Qué es el tiempo? Y se responde: “Si nadie me lo pregunta, yo sé qué es; pero si yo quiero explicárselo a quien me lo ha preguntado, no sé qué es.” Y agrega: “Sé que si nada transcurriera, no habría tiempo pasado; y que si nada deviniera, no habría tiempo futuro; y si nada fuera, no habría tiempo presente.” Y si el tiempo presente fuera siempre presente, y nunca se convirtiera en tiempo pasado, ya no sería tiempo, sino eternidad. Y se pregunta cómo puede haber un tiempo pasado y un tiempo futuro. Es decir, ¿cómo puede haber un tiempo que ya no es, y un tiempo que todavía no es? Agustín de Hipona afirma que solo hay tiempo presente. El tiempo presente de las cosas pasadas es memoria. El tiempo presente de las cosas futuras es expectación. Y el tiempo presente de las cosas presentes es percepción.
Post scriptum. Agustín de Hipona meditó sobre la medición del tiempo. Una de sus conclusiones fue ésta: “Medimos únicamente el tiempo que transcurre, o tiempo presente”.