Para abrirse al mundo, a veces basta con abrir la puerta de casa. “La familia de al lado” es un proyecto que da forma a este cambio social, en favor de la integración y del respeto mutuo. Un domingo cualquiera, mesa y mantel, historias y sueños. Es lo que comparten las personas que participan en esta alternativa solidaria.
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La receta es sencilla: Dos familias de nacionalidades distintas que se juntan para comer. Compartir un almuerzo es un símbolo, una celebración que esconde su significado entre plato y plato. “Pero abrir las puertas de tu casa también supone exponer tu intimidad, dejar que el otro, el desconocido, participe de tu espacio, de tus recuerdos, de tus maneras”, cuenta Bárbara, que ya se ha sentado a la mesa con familias de Senegal, Marruecos y México. “Me gusta que algo tan cotidiano como comer pueda tener una dimensión tan profunda”.
Más allá de la experiencia puntual, los participantes aseguran que el enriquecimiento permanece en el tiempo. Convivir con personas de otros países, con distintas costumbres, creencias y mentalidades implica conocer otras miradas y aprender de ellas. Julene asegura que el encuentro le ha aportado mucho: “En nuestras conversaciones me he dado cuenta de que, con independencia de lo que nos separa, las preocupaciones y las vivencias cotidianas son las mismas”. Algunas personas han creado vínculos de cariño, amor o amistad que han durado años.
Estos vínculos ayudan a muchos inmigrantes a enfrentarse al día a día con fuerzas renovadas. No siempre es fácil sentirse parte de un lugar que no es el tuyo. Pero la integración empieza por unos ciudadanos que sepan acoger al otro y le reconozcan. Liuvob, de origen ruso, se siente afortunada por el apoyo de su amigo Paco, que conoció al llegar a España: “Ha sido alguien fundamental para mí. Nos escuchamos el uno al otro, todos necesitamos ser escuchados”. Gracias al otro sabemos quiénes somos. Sólo podemos encontrar nuestra identidad dentro de la diversidad. Mandela, en su lucha contra el racismo, declaraba que aquel hombre que niega la libertad del otro “es un prisionero del odio, encerrado tras los barrotes del prejuicio y de la estrechez mental.”
Mientras el Gobierno de España añade cuchillas en las vallas fronterizas, nacen nuevos proyectos solidarios por parte de la sociedad civil en defensa de la integración de los inmigrantes y de la interculturalidad. Los ciudadanos no se consideran ajenos a los problemas de los demás, sino que se saben responsables y toman partida de ello. Tejen una sociedad más justa y su compromiso se contagia. Muchos inmigrantes que han recibido ayuda de vecinos o asociaciones y han logrado establecerse son ahora voluntarios sociales. La red de solidaridad se amplía.
Ainara visitaba como voluntaria a un chico en un centro de menores. Cuando Hamza cumplió la mayoría de edad, Ainara le ofreció su casa, vivir con su familia hasta que encontrara una estabilidad y un trabajo. “Ya es independiente y no vive con nosotros. Ahora es él que ha acogido en su casa a un chico. Le está pagando la habitación con su dinero hasta que encuentre un trabajo y una casa”, cuenta Ainara, orgullosa.
Debemos buscar la convivencia y cuidar la diversidad como valor. Lo que nos diferencia nos enriquece. “La familia de al lado”, extendido por Europa y donde han participado más de 2.000 familias, es sólo un ejemplo de la implicación ciudadana. Porque, como nos advirtió Mandela: “Lo que cuenta en la vida no es el mero hecho de haber vivido. Son los cambios que hemos provocado en las vidas de los demás lo que determina el significado de la nuestra”.