Ni ser ni aparentar


Editorial_LH

Todo empieza con el viejo consejo a la mujer del César, en el sentido de que no le basta ser honrada, sino que, además, lo debe aparentar para que sobre ella y el poder no pueda existir la menor sombra de duda. Con el tiempo, a lo largo y ancho del mundo, uno de los ejercicios más practicados por los políticos ha sido el de guardar las apariencias, al punto de que ya no era tan necesario ser honrado, como guardar las apariencias.


Desafortunadamente el prestigio de las personas dejó de ser un valor fundamental y con ello se han ido por un tubo las preocupaciones por guardar apariencias y ahora los negocios de enriquecimiento ilícito se hacen con un descaro impresionante porque no existe ningún sentido de la vergüenza. La forma en que se comportan los funcionarios, repudiando tranquilamente todo mecanismo de trasparencia, como pueden ser las licitaciones y la cotización pública para la adquisición de bienes o ejecución de contratos de obra.
 
 La pérdida del decoro se explica porque ya se considera como un axioma que la vergüenza pasa, pero el dinero se queda y al final de cuentas nuestra sociedad no valora tanto la honestidad y la decencia de una persona como el tamaño de sus cuentas bancarias. No importa, en absoluto, el origen de los capitales porque lo único que es en realidad decisivo es el monto de la riqueza personal y eso abre todas las puertas que antaño se reservaban para dar adecuado recibimiento a los que destacaban por su hombría de bien, su decencia, su patriotismo y el compromiso de servir.
 
 Hubo tiempos en los que un sinvergüenza tenía que soportar el repudio de la sociedad, pero eso es historia porque ahora las más altas esferas de la llamada rancia sociedad están llenas de gente que ha logrado amasar fortuna a como dé lugar sin que eso genere repudio, no digamos asco entre la población.
 
 La danza de millones que ahora vemos, con funcionarios corriendo apresuradamente para gastarse millones que no ejecutaron de sus presupuestos, a fin de no dejar nada disponible, es un ejemplo de esa pérdida del decoro. No importa en qué se gaste y cómo se gaste, puesto que al final de cuentas lo que es fundamental es no dejar nada disponible y en medio de la ausencia total de controles y fiscalización, con una Contraloría que es comparsa y tapadera de la corrupción, diciembre se convierte en el mes para somatarse hasta el último centavo disponible y se hacen las asignaciones para compras, arrendamientos, obras y, por supuesto, para costosos regalos navideños sufragados con el erario público.

Minutero:
Acabar el presupuesto
es tarea, por supuesto,
que consume al funcionario
para tronarse el erario