El espíritu navideño


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En Navidad descubrimos lo poco que hemos cambiado durante el año y lo difícil que es desprenderse de esas carencias y limitaciones que tenemos como personas y como sociedad. Caminamos malhumorados, desabridos y con temor en el mundo. No somos capaces de disimular nuestras antipatías ni nuestras frustraciones.

Fernando Mollinedo


Se ve en las calles y parques, también por todos lados al pensar en  profesores y maestros carentes del estoicismo que ayuda a soportar el sacrificio que conlleva la profesión docente; los letrados enjaulados en códigos y leyes que han olvidado la filosofía y la hermenéutica de las ciencias jurídicas básicas. Economistas que terminan ahogando su infortunio en la riqueza institucional; políticos maledicentes esclavizados por unas siglas que usurpan identidades y anulan voluntades hasta justificar lo injustificable.

Pensadores de derecha e izquierda incapaces de desprenderse de los constreñimientos ideológicos y del apasionamiento partidista, empresarios que sucumben al apetito del mercado esclavizando a sus empleados. Y si los académicos no tienen paciencia ni capacidad para enseñar al que no entiende o no sabe replicar y, los comunicadores no son capaces de realzar la oratoria y desarrollar una conversación educada e inteligente, ¿por qué nos extraña que tantos jóvenes de los diferentes estratos sociales y económicos, privados de referentes éticos y morales, terminen en los grupos de drogadictos y delincuentes?

En esta época navideña, casi todos apelamos a la realización del milagro para poder decir: No tengo que quejarme de nada, vivo bien, nunca he sentido hambre, ni sé lo que es vivir sin agua, ni luz, ni pasar frío más de un tiempo corto.  Vivo en libertad en un país en vías de desarrollo, ordenado y  democrático, puedo desplazarme sin temor a ser asaltado, pertenezco a él. Al enfermarme tengo a dónde acudir; tengo una justicia que me ampara, un servicio social que me protege cuando me quedo sin trabajo, y una jubilación para cuando ya no pueda trabajar. En el mundo donde yo vivo son minoría los analfabetos.

En mi país, Guatemala, la comunicación es instantánea, las cosas son posibles, te puedes divertir o dar un paseo por la noche tranquilamente; puedes ir al teatro, al supermercado, al estadio, al cine, a los conciertos, a correr con total libertad. No es un mal sitio para vivir. He tenido la suerte de no haber sido condecorado con varias medallas de plomo ni dejar la piel en los cuchillos o verduguillos de cualquier ladrón de poca monta, o el culo y la dignidad entre luces rojas y el tubo de baile. Ese es el drama de mi mundo. Un mundo rodeado donde no tenemos verjas para tanto campo ni solidaridad para tanta miseria.

Esta Navidad o, mejor dicho, lo que queda tras la incursión mercantilista es otro Halloween, otro día sin esperanza, otro  de los tantos aniversarios que nos inducen a tener razones para consumir. Otra ilusión de plástico. La Navidad se diferencia del resto de las fiestas en que –siendo unas efemérides de carácter religioso–, se supone un tiempo simbólico de paz, alegría, solidaridad y reconciliación. La navidad ya desnudada de toda simbología religiosa, solo se queda en la Visa. En la NaviVisa.
El espíritu de la Navidad apela al sentimiento de solidaridad humana que hoy se desinfla ante la colosal empresa que supone hacer del mundo un sitio mejor para vivir. Y te quedas sin razones ante tanto desfalco de sueños.  Y ya casi para terminar, cómo me gustaría decir que en mi Guatemala la clase política es digna, capaz y honrada.   En fin, ya llegó la Navivisa, así que paz a los hombres y mujeres de buena voluntad. Si es que aún quedan. Canción de la época: “Otra Navidad sin ti” interpretada por los Bukis.