En varios municipios de Guatemala, la Nochebuena es también la cúspide de la “feria titular”, lo que quiere decir que está establecida con todas las de ley. En Cuilapa, creo que en Santa Lucía Cotzumalguapa, se aprovecha este tiempo en que, a pesar de la nostalgia y de tanta dificultad social, nos poseemos de un espíritu festivo. Santa Cruz Chiquimulilla, como legalmente se llama mi pueblo, tiene su feria titular el 3 de mayo; pero, por ser gente de rompe y rasga, desde que yo tengo memoria ya se había inventado que también hubiera feria para la Nochebuena, que se iniciaba el 21 y terminaba el 25.
Y entonces llegaban las ruedas de caballitos, de sillas voladoras, de chicago o de aviones; y las polacas rifando trastos de peltre y chorizos de vasos; y las ventas de dulces que llegaban de las artesanías de Esquipulas: toronjas, chilacayotes crujientes sangrando miel, camotes con sabor a gloria, melcochas simulando arcoíris y conservas de coco que volvía a su terruño; y la chirolita y las argollas engaña babosos; y la mujer sin cabeza que daba cuenta de cualquier duda que tuviera el incauto, desde quien robaba gallinas hasta la infidelidad más increíble, sin faltar la jaula del canario que sacaba un papelito para decir el futuro. Todo eso lo cumplían los fuereños. De los propios era la zarabanda que armaba don Chente Vásquez con su conjunto Maderas del Sur, convirtiendo en salón del baile la sala del Cine Morales o don Lencho Colindres que alquilaba el salón municipal y amenizaba su marimba Alma Tropical, en donde sus hijos, Yemo, tocaba el saxofón, y Caín, su trompeta con sordina, luciéndose cuando interpretaban el paso doble, “Silverio Pérez”. Don Lencho aventajaba a don Chente, porque a la par de la municipalidad instalaba una refresquería en la que, además de cerveza por litro para estar, como dice el chachachá guatemalteco, bien entonados a la hora del tala; a las meras doce servía tamales colorados, con abundantes ciruelas, aceitunas y carne de puro “coche”. ¡Bueno! Dependía del precio. Y allí se venían los abrazos a las meras 12, las felices pascuas, el apagón de cinco minutos y toda la algarabía propia de la Nochebuena. Mientras tanto, frente a la iglesia y sus dos palmeras, la nía Matías, la nía Soledad y la nía Marcelina vendiendo el delicioso ponche de leche y yemas de huevo, que era obligado adornarlo con un poquito de guaro. Y claro, no podían faltar los pastelitos fritos de la nía Marcela, como nadie los ha hechos después. Y no faltaba el rezado, en que la Cofradía del Barrio Belén se lucía sacando en andas al Niño Jesús, con María y José viendo como movía las piernitas en posición de orinar, con marchas que interpretaba la música que llegaba de Ixhuatán. Esta feria postiza se inauguraba el 21 de diciembre y la municipalidad daba un baile gratis, con invitación y en el salón municipal. Antes de ese baile, se agasajaba a la reina de la Nochebuena y se armaba un escenario de coronación en la que fue casa de don Tuno Pivaral, que ya despareció. Como estaba en alto, todo el público gozaba de la coronación. Una vez, llegado el momento de la coronación, un señor andaba quemando un torito encuetado. El maestro de ceremonias, por el micrófono, le gritaba al señor del torito que se alejara porque se iba a iniciar el acto; pero, parece que no escuchaba la prevención; así que a la tercera llamada, se le salió lo campirano al maestro y le grito: “Ese hijo de la gran puta que está quemando el torito, o se aleja o mandamos que le den riata por inoportuno”, creo que eso si lo oyó porque se fue para otro lado. En una oportunidad la zarabanda en la municipalidad la organizó tío Lencho Lau, un chino empresario. El salón la adornó con flecos y hojas de pacaya. A las 7:30 inspeccionó el salón, vio que la marimba estaba lista, los marimbistas con su uniforme y como siempre si inician las fiestas con una pieza ligera, llegado el minuto exacto, levantando su brazo derecho y les dijo a los de la marimba: “Que plincipie la comienza” Y entonces se escuchó la “12 Calle”. ¡Qué alegres y felices nos hacía la Nochebuena en el área rural!