Hay que entender los Derechos Humanos (II)


Raul_Molina

Hace una semana me centré en mi artículo, dedicado al Día de los Derechos Humanos, en la defensa del derecho a la vida y otros derechos políticos sustanciales. Los derechos humanos no son solamente eso, no obstante, si bien ningún Estado puede pretender ser respetuoso de los derechos humanos si se mata con impunidad. Para comenzar, hay muchas formas de muerte que no ocurren por ejecuciones extrajudiciales, masacres y pago de sicarios. Se mata, igualmente, con políticas y prácticas inhumanas.

Raúl Molina


En Guatemala hay hambre, desnutrición y hambrunas, lo que hace que la tasa de mortalidad infantil de nuestro país (25.16 muertes por mil nacidos vivos) sea la más alta de los países latinoamericanos de habla hispana. No hay razón para que esto ocurra, excepto que en los presupuestos nacionales el dinero no va hacia los programas sociales que alimenten a la infancia y combatan las enfermedades, sino que a fortalecer al Ejército y a los sectores pudientes. Y cuando alguien critica la inmensa brecha entre los pocos ricos y los millones de pobres, como ha hecho el Papa Francisco, simplemente se le tilda de comunista. Yo tengo muchos años de ser tildado de marxista; pero ahora me encuentro en buena compañía con los religiosos que han sostenido y sostienen la teología de la liberación, así como de autoridades eclesiásticas que aún recuerdan que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos”.

Otro ejemplo de muerte por desprecio son las empresas extractoras de minerales o involucradas en la generación de energía eléctrica. Su objetivo, desde las extractoras canadienses de oro, hasta los productores de cemento, no es el desarrollo del país y la generación de empleo, ni mucho menos resolver las necesidades de agua y alimentación de la población. Su objetivo es obtener la ganancia más alta posible. Se prioriza el recurso agua para la ganancia; su consumo para la supervivencia o para la producción agrícola es secundario. Para poder tener los costos más bajos de producción, se reducen los “gastos extraordinarios” al mínimo. En el mundo moderno hay muchas formas de extraer oro; pero las empresas, cual aves de rapiña, buscan la forma de tener gastos mínimos. Bajo esas condiciones, se llevan el oro sin pagar casi nada al país, utilizan métodos que contaminan aguas y tierras, particularmente con cianuro, y no producen la menor pisca de desarrollo. Las aguas de deshecho contaminan ríos y tierras, con el resultado de cientos de miles de víctimas mortales o seriamente afectadas. En estos procesos existe todo tipo de violaciones de los derechos humanos, desde el uso de la violencia para apoderarse de las tierras en disputa hasta la falsificación de los estudios de impacto ambiental, hecho comprobado una y otra vez, y la no aceptación del principio del consentimiento libre, previo e informado al que tienen derecho los pueblos indígenas.

Cualquier ingeniero, al escuchar de la utilización del recurso hídrico para la  producción de energía eléctrica, considera ésta una forma eficiente y apropiada de generar la electricidad necesaria para el desarrollo nacional. Pero el destino del recurso agua no es solo producir energía; no se puede aducir que ese es el destino principal. Ante la necesidad de satisfacer las necesidades familiares o producir alimentos indispensables, el agua para producir electricidad tiene importancia secundaria. Las distintas empresas que tienen como objetivo producir energía deben entender que las poblaciones tienen sus propias prioridades de desarrollo, que son distintas a las de las grandes empresas. El desarrollo no puede estar basado en muerte. Tampoco puede basarse, como sugiere un artículo reciente de prensa en la producción de marihuana y amapola, que dejan una larga estela de sangre en la producción, trasiego y venta al consumidor final.