Verdad, perdón y reconciliación


Eduardo-Villatoro-2013

Una noche de éstas cuando veía un reportaje televisivo sui géneris sobre la historia del emblemático Nelson Mandela, me asombró el gesto de quien, al parecer, fue el último ministro de Justicia del gobierno racista presidido por Frederik De Klerk, a quien, por cierto, se le ha relegado despreciativamente, no obstante que sus decisiones fueron determinantes para evitar más derramamiento masivo de sangre en Sudáfrica, porque tuvo el valor cívico de entablar negociaciones con el líder negro que se encontraba prisionero, aun en contra de la opinión de la mayoría de los dirigentes del régimen racista, para encontrar una salida pacífica a la catastrófica guerra civil que sobrevendría.

Eduardo Villatoro


El documental destaca la conducta de Mandela, después de recuperar su libertad y ser elegido democráticamente el primer presidente negro de su nación, al tender la mano a sus opresores y buscar la reconciliación. Para que los funcionarios del oprobioso gobierno del Apartheid fueran exonerados de cualquier delito y evitar inútiles venganzas, el nuevo mandatario ofreció absoluta amnistía a quienes estuvieran dispuestos a confesar la verdad de crueles acciones que cometieron contra la población negra, y a la inversa.

El aludido ministro del Interior, cuyo nombre se me escapa,  ya envejecido, declaró que no participó personalmente en los masivos asesinatos contra los rebeldes del Congreso Nacional Africano, encabezado por Mandela, pero que alentó la represión al premiar a los agentes ejecutores. Sin embargo, después de observar la actitud conciliatoria del mandatario optó por confesar la verdad de su indigno comportamiento y como un acto simbólico de extraordinario significado, aprovechó una reunión de madres y viudas que perdieron a seres queridos, para rogarles que permitieran al arrepentido exfuncionario que les lavara los pies.

De cuclillas, con jabón y estropajo procedió de esa manera. Y también lavó su conciencia.

Al traer a cuenta este incidente tan trascendente, reflexiono acerca de que si los guatemaltecos verdaderamente ansiamos dejar atrás el pasado, quizá sería posible que se promulgara una nueva ley de amnistía general, mediante la cual se absolviera de los delitos cometidos por jefes militares y dirigentes insurgentes que combatieron entre sí durante la guerra interna, siempre y cuando unos y otros confesaran la verdad de sus atroces acometidas, reales o supuestas, incluyendo al general Ríos Montt, a fin de alcanzar la paz y la reconciliación, perdonando y olvidando los crímenes cometidos al fragor del conflicto armado, así como a comandantes y militantes guerrilleros acusados o señalados de haber secuestrado y ejecutado a militares y civiles adversarios suyos, y a empresarios y diplomáticos extranjeros.

En reciprocidad, los responsables del llamado Frente contra el Terrorismo cesarían sus publicaciones que claman por venganza, que alientan el odio y plantean absurdas denuncias hasta contra personas ya fallecidas.

Lo mejor que pueden hacer los guatemaltecos de uno y otro extremo, que dicen admirar la nobleza de Mandela, es tomarlo como símbolo y seguir su ejemplo. De lo contrario, las declaraciones de tributo al líder pacifista, otrora comandante de los combatientes negros, sólo se quedarán en fingidas frases vacías y el ejemplo de Madiba no dejará huella alguna en Guatemala.

El mejor homenaje a Nelson Mandela es asimilar su enseñanza viva: privilegiar el perdón y la reconciliaron; lejos del rencor, la venganza y el resentimiento. Pero el perdón estaría precedido imprescindiblemente por confesar la verdad.

(Romualdo Tishudo insiste en repetir: La vida es demasiado corta para desperdiciarla odiando a alguien).