Diciembre es la época del año en la cual estamos completamente seguros que ha pasado un año más en nuestras vidas, porque sabemos que viene otra vez la Navidad. También tomamos conciencia que el camino que ya hemos recorrido en este mundo, cada vez nos acerca más a Dios, a nuestra familia, a nuestros amigos y compañeros, a nuestro prójimo y, ante todo, a nuestros seres queridos y conocidos, que ya descansan en la paz de la eternidad.
Por eso, hoy nos unimos a las plegarias que todos dirigimos a “nuestro Creador”, pidiéndole que el Dios Niño, llene de sana alegría y de mucha hermandad nuestros corazones y nos permita tener largas horas de meditación y de reflexión, para encontrar la fuerza de voluntad y la fe que necesitamos para cambiar, para ser diferentes el próximo año, para ser mejores personas y acercarnos más a la iglesia de Pedro y de María; para seguir a nuestro hermano y redentor Jesús el Cristo. Pero para seguirlo, primero tenemos que buscarlo y encontrarlo, pero eso solo lo lograremos si lo hacemos con una auténtica entrega y con la mayor determinación; pero, ante todo, si lo hacemos con mucha sinceridad, para no engañarnos a nosotros mismos, sabiendo de antemano que a la Santísima Trinidad de Nuestro Padre Creador, nunca la vamos a engañar.
Necesitamos amar a Jesús y María y a San José, porque ellos conforman la Sagrada Familia. Debemos amarlos con humildad y fe, por el poder y sabiduría eterna de Nuestro Supremo Creador y Hacedor. Tenemos que atender con urgencia el mensaje de su palabra y compartir el amor, el perdón, la comprensión y la tolerancia con nuestra pareja, con nuestros hermanos, con nuestros padres, abuelos y bisabuelos, con nuestros hijos, nietos y bisnietos. Pero, ante todo, debemos compartir todo lo que podamos con el prójimo que nos tiende la mano pidiendo caridad, con el amigo que nos pide un apoyo, con el vecino con el que casi no nos comunicamos, con el compañero de trabajo y con todo aquel que en las calles, nos pide una ayuda, una limosna, porque su necesidad así se lo exige. No juzguemos a los demás, antes juzguémonos a nosotros mismos. No miremos la paja en el ojo ajeno, sino la que está en el nuestro.
¡Por todo lo que no nos has dado Señor, te damos gracias, te glorificamos, te adoramos, te alabamos y te bendecimos. Te pedimos perdón por nuestros pecados y te rogamos tu bendición y tu protección para cada día que nos prestes la salud y la vida. Pedimos tu divina providencia y tu Divina Misericordia, tu socorro para el sustento diario y tu auxilio en nuestros problemas, necesidades y más aún en la tribulación! Te damos infinitas gracias por nuestra existencia y por todo lo que hemos recibido de ti, y también por todo lo que nos has permitido hacer en bien de los demás y de nosotros mismos, y por todos los bienes materiales y económicos que nos has concedido tener. Gracias por nuestro trabajo, por la salud, por la casa o el lugar donde residimos, y por los dones y talentos que nos has regalado, aparte de todo lo demás.
Nosotros, los que estamos hoy nos estamos comunicando: Tenemos la esperanza de poder compartir de nuevo, la próxima Navidad como este año, para volver a revivir este regalo del Creador, “primero Dios”; pero, si así no ocurriera, sabemos que también estaremos reunidos, pero con nuestros seres queridos, parientes, amigos y compañeros, que antes que nosotros partieron a la casa del Padre, porque tenemos fe que ellos se encuentran gozando de la presencia del Padre Eterno, en su reino celestial, donde Él nos guarda un lugar para morar, y aguarda nuestra presencia cuando recibamos su llamado, porque somos sus hijos.
Allí sentiremos la misericordia de la luz del rostro de la Santísima Trinidad y de nuestra Madre María, los Ángeles, los apóstoles, los profetas y todos los Santos. Hoy, prometemos seguir cumpliendo la voluntad de Dios, especialmente cumplir con sus diez mandamientos, para poder disfrutar en paz y con tranquilidad, de unas devotas y felices “pascuas de Navidad”.
Damos gracias a Nuestro Padre, pues por la sangre de su divino hijo Jesús, El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo: ¡Fueron redimidas nuestras culpas, para que todos como seres humanos, creados a imagen y semejanza de nuestro Creador, pudiéramos ser salvos haciendo nuestra la promesa de la resurrección a una feliz vida espiritual, donde no habrá dolor ni sufrimiento y donde podremos reencontrarnos con nuestra familia y amigos!
¡AMÉN… QUE ASÍ SEA… AMÉN!