Mandela


Editorial_LH

Pocas veces se puede decir con tan absoluta propiedad que el Mundo pesa menos por la muerte de un ser humano como ahora, tras el fallecimiento ayer de Nelson Mandela, sin duda alguna ejemplo para la humanidad no sólo por su clara visión que terminó con el apartheid, una de las más terribles y deleznables formas de discriminación, sino por la tenacidad, paciencia y pacífica forma de lograrlo a pesar de las tentaciones para recurrir al uso de la fuerza a fin de lograr una rebelión más que justificada contra un régimen de opresión absolutamente inhumano.


El apartheid fue la total dominación de una minoría racial sobre la mayoría a la que se privó de elementales derechos propios e inherentes a todo ser humano. No parecía posible que la hegemonía blanca en Sudáfrica pudiera terminar porque su dominio de la estructura política, económica y cultural del país era absoluta. No sólo los medios de producción fueron acaparados por los blancos en perjuicio de los nativos, sino que también las mejores universidades y escuelas, los mejores servicios públicos y el sistema político nacional en el que no había espacio ni cabida para los integrantes de esa mayoritaria población de raza negra cuya dignidad era pisoteada todos los días, todas las horas y todos los segundos de sus vidas.
 
 La imagen de Nelson Mandela no se puede entender sin una correcta interpretación de lo que significó el dominio impuesto a sangre y fuego en el apartheid que arrebató el país a los nativos de África y de paso les arrebató la dignidad. Si la figura de Martin Luther King es grande y digna de aprecio por su ejemplo en la lucha contra el racismo, la de Mandela sobrepasa cualquier límite que la imaginación pueda imponerle al debido respeto que se le debe a un hombre que soportó en carne propia los excesos brutales de una dictadura inhumana que lo mandó a pudrirse en prisión, desde donde fue cimentando el liderazgo que hizo caer a la arrogante tiranía de los blancos sobre los negros.
 
 Si el pacifismo de Mahatma Gandhi es ejemplar, más lo es el de quien tuvo que vencer la brutal tentación de empuñar las armas contra quienes le humillaban y humillaban a sus hermanos. Mandela no fue únicamente un líder espiritual, sino un líder político confrontado con una realidad en la que no parecía haber espacio para el diálogo porque no existía interlocutor dispuesto a escuchar.
 
 Pero en vez de forzarlos a oír el fragor de las balas, cimentó su posición en una paz basada en firmeza inclaudicable y perentoria. Salvó a Sudáfrica y su pueblo, marcando el rumbo para otras luchas similares en el mundo.

MINUTERO:
Tantos pueblos en el mundo 
necesitan un Madiba 
para acabar el mal profundo 
y surgir pronto hacia arriba