Héctor Cifuentes Aguirre


Eduardo-Villatoro-2013

Hace tiempo les conté cómo fui a parar de inspector del Liceo Canadiense, fundado por el recordado profesor Enrique Fajardo Tábora, a la vez que medio trabajaba en un radioperiódico y estudiaba en la desaparecida Escuela Centroamericana de Periodismo, adscrita a la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos.

Eduardo Villatoro


Un día en que se festejaba cierta fecha especial en el colegio llegó a tomar fotografías un hombre rubio, joven aún, colocho, con quien intercambiamos  pocas palabras, las suficientes para preguntarme qué hacía yo, y al comentarle acerca de la forma como ocupaba mi tiempo me preguntó si estaría dispuesto a trabajar en el incipiente Diario El Gráfico. Era Roberto Carpio Nicolle, condueño con su hermano Jorge (de gratos recuerdos) de ese rotativo. Acepté sin titubeos.
  
Al presentarme a la vieja casona de la 6ª.calle y 10 avenida de la zona 1, me presentaron a un periodista de baja estatura, delgado, cabello castaño, sonriente, amable y bromista. Fumador empedernido. Era el director del semanario El Gráfico Deportivo al que convirtió en moderno y actualizado matutino.
  
Don Héctor, como respetuosamente le decíamos los novatos reporteros, o Chandito, según el grado de confianza de sus contemporáneos, a los pocos días se había convertido en mi maestro de periodismo que yo no había logrado descubrir en la citada escuela de la Usac, porque la mayoría de los catedráticos eran renombrados pedagogos, escritores de prestigio o enigmáticos intelectuales que nos impartían sus conocimientos en diversidad de disciplinas, desde Geografía Económica hasta Literatura Clásica Española, y entre quienes recuerdo al lingüista Salvador Aguado Andreu, el novelista Flavio Herrera, el filósofo Rigoberto Juárez Paz, y tantos otros académicos que enriquecieron mi cultura general, pero que sabían tanto de periodismo como yo era experto en artes marciales, en vista de que entre sus alumnos de los primeros dos años se encontraban estudiantes de Psicología, Pedagogía, Historia y uno que otro aturdido aprendiz de periodismo.
  
Por supuesto que sus enseñanzas fueron determinantes para mi futuro; pero el verdadero artífice de mi formación de periodista no se encontraba en las aulas universitarias sino sentado tras un atestado escritorio plagado de hojas sueltas listas para su diagramación, complementado con dos “canastas” de mimbre en las que se depositaban cuartillas, aprobadas o para ser revisadas por el ojo escrutador de Héctor Cifuentes Aguirre, además de lápices, crayones, y otros objetos desperdigados, cerca del cenicero. Atrás, una percha donde colgaba un saco, pendían cámaras fotográficas, y a su diestra la infaltable máquina de escribir en la que tecleaba con tres dedos el editorial, un reportaje, crónica roja o nota deportiva de indistinta rama que no habían redactado correcta y previamente.
  
Cuando no estaba allí, desde tempranas horas de la mañana hasta entrada la noche, se le encontraba en el cuarto oscuro revelando rollos de fotografías, o bromeando con reporteros y fotógrafos en la Sala de Redacción, hasta cuando nos reconvenía por habernos excedido en la ingesta espirituosa.
  
Don Héctor tuvo la paciencia de enseñarnos cuanto teníamos que aprender del periodismo que se alimenta y digiere en las calles, despachos de funcionarios, guaridas de malhechores, canchas deportivas, cantinas y lupanares de voces insolentes, en fin, en el transcurso de la vida cotidiana.
  
¡Cómo no recordar con amor, gratitud y nostalgia a mi Maestro de Periodismo al celebrase el Día del Periodista y cada vez que estoy frente a la página en blanco!