NATURALEZA Y CULTURA DEL ENVOLTORIO MÁGICO EN GUATEMALA


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La configuración de la historia y la cultura de Guatemala se deben, en gran parte, a características geográficas y a manifestaciones ecológicas propias que lo han llevado a ser una región de vasto potencial forestal. Ubicada en el corazón de América, Guatemala presenta un medio geográfico único e irrepetible.

Celso Lara Figueroa

La República de Guatemala está situada aproximadamente en el centro del continente americano. Limita, al norte y el oeste, con los Estados Unidos Mexicanos; al este, con Belice, el mar Caribe, Honduras y El Salvador; y al sur, con el océano Pacífico. Tiene una extensión territorial de 108.900 kilómetros cuadrados y una población de algo más de once millones de habitantes. Política y administrativamente se halla dividida en veintidós departamentos y su capital es Ciudad de Guatemala. El idioma oficial, para toda la nación, es el español, pero hay comunidades indígenas en las que se hablan, además, veintitrés idiomas de origen mayanse; existen también el xinca y el garífuna, este último un idioma afroantillano que se habla en el litoral del Atlántico.

El relieve del territorio es muy variado. Hay planicies cuya altura no sobrepasa los doscientos o trescientos metros sobre el nivel del mar; regiones escarpadas, altas montañas y volcanes; valles y mesetas de alturas diferentes. El litoral del océano Pacífico tiene 254,7 kilómetros de largo; la planicie paralela, que se conoce como Costa Sur, tiene una anchura máxima de cincuenta kilómetros y se eleva entre cero y trescientos metros sin interrupciones orográficas. Esta zona plana asciende abruptamente hasta convertirse en una cadena volcánica, un rasgo muy distintivo de nuestro paisaje geográfico, y que cruza el país desde el volcán Tacaná, en la frontera con México, hasta el Chingo, en el límite con El Salvador. La región de laderas, situada entre la planicie costera y la cadena volcánica, se conoce con el nombre de Bocacosta, en la parte que alcanza ochocientos metros de altura.

Al norte de la cadena volcánica se extiende el Altiplano, o sea la región de las tierras altas, en las que se ubican varias sierras y montañas separadas por las cuencas de diversos ríos. Ésta es la parte central de Guatemala y la más poblada desde antes de la llegada de los españoles en el siglo XVI. Allí está la Ciudad de Guatemala y otros importantes centros urbanos del país.
Al norte de las tierras altas se halla otra región semejante a la Bocacosta, la cual tiene también tierras muy ricas, favorables al desarrollo de la agricultura, como la llamada Zona Reina. Después están las tierras bajas de Petén y las del litoral del Atlántico. En Petén las elevaciones no sobrepasan los doscientos metros, salvo en la sierra del Lacandón y en las Montañas Mayas.
Los ríos de Guatemala se dividen en dos grandes vertientes: los que llevan sus aguas al Pacífico y los que desembocan en el Atlántico. Los del Pacífico nacen en la región de la cadena volcánica y riegan la planicie costera. Tienen cortos recorridos, y entre ellos están los ríos Suchiate, Naranjo, Samalá, etcétera. Los ríos que desembocan en el Atlántico forman dos vertientes: la del golfo de México y la del mar Caribe. En la primera, el río más importante es el Usumacinta, que, formado por la confluencia de los ríos Negro o Chixoy, Lacandón, de la Pasión y San Pedro, se introduce en territorio mexicano para desembocar en el Golfo de México.
Este es el río más caudaloso en el tramo del Atlántico comprendido entre el Mississippi, en Estados Unidos, y el Magdalena, en Colombia. Los ríos más importantes de la vertiente del mar Caribe son los que forman la cuenca del Polochic-lago de Izabal-Río Dulce, cuya desembocadura se halla en la bahía de Amatique, y el Motagua, que cruza el territorio nacional de occidente a oriente desde el norte de Quiché hasta el Golfo de Honduras.
En el territorio nacional también existen varios lagos y lagunas. Los mayores son los siguientes: el de Izabal, que tiene 509 kilómetros cuadrados de superficie y una profundidad máxima de 20 metros; el de Atitlán, de 125 kilómetros cuadrados y una profundidad máxima de 324 metros, y el lago Petén Itzá, de 99 kilómetros cuadrados de extensión y 140 metros de profundidad máxima. Otros más son Amatitlán, Guija y la laguna de Ayarza.
En América Central es común diferenciar las regiones climáticas a partir de la altura sobre el nivel del mar y, consecuentemente, la temperatura ambiente. Se determinan tres tipos de clima: tierra fría, tierra templada y tierra caliente. Se consideran regiones de tierra caliente las que están entre el nivel del mar y 800 metros de altura, y cuya temperatura media anual es de 24 a 26 °C. La tierra templada está situada entre los 800 y 1.900 metros sobre el nivel del mar, y tiene una temperatura media anual de 17 °C. Por encima de los 1.900 metros se halla la tierra fría, donde la temperatura media es menor, y puede bajar a 0 °C e incluso a menos.
La ubicación intertropical del territorio no permite que se diferencien cuatro estaciones en el año, sino únicamente dos: la lluviosa, a la que se denomina «invierno»; y la seca, conocida como «verano». La duración de estas estaciones no es uniforme en todo el territorio debido al relieve montañoso, pero puede afirmarse que el verano se extiende de noviembre a abril, y el invierno de mayo a octubre.
La precipitación pluvial media al año es variable, y oscila entre los 500 mm, en regiones como el Llano de la Fragua, hasta los 6.000 mm en algunas áreas de la Zona Reina y la Bocacosta. La ubicación geográfica, las diferentes condiciones climáticas, la elevación y el tiempo de los suelos determinan una vegetación sumamente variada que incluye millares de especies dispersas en formaciones de bosques. La localización de Guatemala en el trópico determina que en su mayoría los bosques sean tropicales y subtropicales; sin embargo, sus características varían con los cambios de temperatura, asociados a las variaciones de altitud –desde el nivel del mar hasta los más de 4.000 metros–, y con los patrones de precipitación pluvial. Dichas variaciones forman la diversidad de regiones naturales que hay en el país, a las cuales los habitantes de este envoltorio mágico tienen que adaptarse.
Los países y continentes descansan sobre las placas tectónicas, porciones de la corteza terrestre que se desplazan y chocan entre sí, formando fallas geológicas capaces de provocar sismos de distinta intensidad. Guatemala descansa sobre dos placas tectónicas continentales (la de América del Norte y la del Caribe) y una oceánica (la del Coco), las cuales han formado varias fallas causantes de los muchos temblores que se registran en el país. Guatemala es, pues, una región sísmica, característica que sus habitantes deberían tener siempre presente, con la consiguiente toma de precauciones para evitar desgracias mayores ocasionadas por los terremotos.
Por todo lo anterior, puede vislumbrarse la vocación forestal de Guatemala, que ha desarrollado altos encantos naturales donde el hombre vive en plena convergencia con la naturaleza, y donde, a pesar del desarrollo de las fuerzas del capital, gran parte de la belleza del entorno no se ha perdido. El mismo nombre de Guatemala (quatylimayan: lugar de árboles, bosques y ríos en náhuatl y en idiomas antiguos) subraya desde tiempos prehispánicos su vocación arborícola.
Existen diversas explicaciones acerca del significado de la palabra Guatemala. Así, se ha dicho que deriva de coctemalán, que quiere decir «palo de leche», o que proviene de quautemali, que significa «palo podrido». Según Walter Krickerberg, el origen del término se halla en la palabra Cuauhtemallan, que quiere decir «montones de madera», aunque para otros significa «lugar arbolado» o «paraje cubierto de madera», y también podría significar «lugar de bosque» o «sitio boscoso». Podemos decir, por lo tanto, que no hay acuerdo sobre este tema.
Según una de las teorías que existe acerca del origen del nombre de Guatemala, los indígenas mexicanos que acompañaban a Pedro de Alvarado como auxiliares durante la conquista de nuestro país llamaban Cuauhtemallan o Quautemalla a la capital de los cakchiqueles, nombre que los españoles convirtieron en Guatemala. Este vocablo aparece escrito por primera vez en las cartas que Alvarado envió a Cortés en 1524 relatando los incidentes de sus viajes de conquista en Guatemala y Cuscatlán (El Salvador). Aquí, el nombre Guatemala aparece escrito como se hace en la actualidad. En su segunda carta, fechada el 28 de julio del año citado, Alvarado indicó que había regresado de Cuscatlán, por lo recio del invierno, y que estaba ya en «esta ciudad de Guatemala», donde «hice y edifiqué en nombre de Su Majestad una ciudad de españoles que se dice la ciudad del Señor Santiago, porque aquí está el riñón de esta tierra». Desde entonces, el nombre Guatemala comenzó a adquirir un significado geográfico cada vez mayor. Primero se llamó así sólo a la ciudad de Santiago, después a toda la «provincia» conquistada por Alvarado y, finalmente, a todo el Reino, Audiencia y Capitanía general, que comprendía dentro de sus fronteras desde el actual Estado Mexicano de Chiapas hasta Costa Rica.
Así fue durante los tres siglos de la Colonia, pero en 1823, después de declararse la Independencia, el Congreso de la nueva república decretó que los territorios que componían el antiguo Reino de Guatemala se llamaran Provincias Unidas del Centro de América. El histórico nombre Guatemala se conservó sólo para designar al Estado que, el 21 de marzo de 1847, se convirtió en la actual República de Guatemala.
El nombre Guatemala, por lo tanto, es la forma castellanizada de la palabra mexica Cuauhtemallan. En los años de la conquista fue común que ciudades indígenas ya existentes, y que tenían nombres mayenses, se rebautizaran con nombres de origen náhuatl, que eran casi siempre la traducción de los originales nombres quichés, cakchiqueles o tzutujiles.
Si el nombre es lo que subraya la vida de una nación, esta vocación del nicho ecológico forestal guatemalteco, sumada a los ejes de la cultura y de la historia, permitió una convivencia clara con la naturaleza y, aún más, la creación de figuras míticas específicas que obligan al hombre de las tierras del interior de Guatemala a la conservación de la naturaleza: sus animales, sus fuentes de agua y, sobre todo, los árboles como fuentes de vida. Finalmente, Guatemala, como envoltorio mágico que es, se entrama con los seres míticos de la naturaleza y la ritualiza en todo sentido. Esa es la característica especial de este pedazo de paraíso.
No obstante, los lugares encantados, los sortilegios de la naturaleza se han desarrollado magníficamente: hoteles, hostales y carreteras asfaltadas o de terracería unen estas maravillas en el frío de los altiplanos occidentales, en los calores sofocantes de la Costa Sur, en las azules montañas, en las impenetrables selvas del norte y en la belleza inenarrable del oriente del país, lleno de piedras, vegetación achaparrada y el intenso sol que calcina estas tierras. La variedad de climas y de vegetaciones lleva a la multiplicidad de la vida social, de la vida de los hombres guatemaltecos, probablemente una de las configuraciones humanas de mayor originalidad en América Latina.

EL EMBELESO DE LA GUATEMALA MÁGICA:
LOS HECHIZOS DEL ENVOLTORIO

Dentro de un contexto social múltiple, por su propia historia y su ecología, Guatemala, por los hechizos mismos de la naturaleza, se ha convertido en un auténtico envoltorio mágico. Hay que entenderlo desde la profundidad de la poesía maya más antigua hasta nuestros días: país donde todo es sortilegio, donde el tiempo se ha detenido, donde los templos y los lugares sacros se resisten a caerse no obstante los terremotos, los temblores constantes y el poco aprecio que el guatemalteco tiene de su propia identidad –algo muy comprensible por tenerla tan cerca–, todo ha sobrevivido envuelto en esta tela mágica que tejen sus ríos, sus volcanes y sus habitantes.
Tierra en la que la espiritualidad del Popol Vuh aún priva; lagos encantados donde las fuerzas del bien y del mal aún difieren la vida del hombre; seres míticos que caminan de puntillas por veredas y aldeas, por caseríos y ciudades por cosmopolitas que sean.
Guatemala, por donde se le quiera ver, sigue siendo ese envoltorio de donde surge a borbotones la magia y la vida. Guatemala es barroca, compleja y hermosa como una columna suspendida en los templos de La Antigua Guatemala. Pero la Guatemala mágica es múltiple, y su embeleso no estriba en la tecnología que pueda desarrollar ni en sus problemas que paso a paso va resolviendo. Su autenticidad, su verdadero valor, se hunde y resurge en los hechizos que el envoltorio mágico ha creado desde tiempos inmemoriales: formas únicas de contar el tiempo, deidades prehispánicas sincretizadas y santos cristianos que caminan por bosques y lagos sin inmutarse, que saludan a los hombres como sus hermanos.
Alimentos únicos en América Latina que todo el mundo comparte entre muertos y vivos, cerros encantados que hablan y personajes místicos, legendarios que se deslizan en esta tierra única, irrepetible, llena de misterios, que parece detenida en el tiempo, dándole una vuelta muy lenta al calendario llamado por los mayas Tzolkin, pero también desafiando al futuro. Estos hechizos, estas creaciones originales de los cuatro pueblos que habitan Guatemala, conforman las puntas del envoltorio que lo doblan como una hoja de maíz tierno, y cuya presencia irrebatible hace de Guatemala una tierra de misterio, amor y magia, tal vez sólo creada en la imaginación más intensa de la literatura fantástica de J. R. Tolkien, de H. G. Wells o en los arcanos míticos de la vida dorada de los pueblos. El perfil del guatemalteco está definido por estos intersticios mágicos, estas formas de su cultura. He aquí los elementos mágicos que rodean cotidianamente la vida de los pueblos que habitan Guatemala. He aquí el hechizo insondable que hace de esta tierra un rumor de montaña, misterio inconfundible en América Latina. El calendario Tzolkin, rueda inmutable y perenne, cuenta los días de los mayas guatemaltecos desde la creación del mundo hasta hoy.