De lluvias, desgracias y malos gobiernos


EDUardo-Blandon-2013

Algunos de los mejores regalos de Dios son oraciones no respondidas. Garth Brooks

Las lluvias en estos países centroamericanos dan pocos motivos de felicidad.  Si bien es cierto los campesinos pueden implorarlas, para los citadinos es casi un anuncio de desventura.  Por eso cuando empezó a llover el pasado jueves 24 de octubre sospeché que las cosas irían mal.  Me preparaba para un viaje rápido a El Salvador y lo que fue una intuición se convirtió en realidad desde apenas salir.

Eduardo Blandón


De inmediato me encontré con colas enormes en Vista Hermosa debido a un derrumbe que puso a palitos a los conductores el propio jueves. Tomé el atajo de la Universidad Rafael Landívar y con un poco de suerte salí victorioso luego de dos horas de camino.  Respiré profundo aunque no estaba confiado.  Llovía y seguía con ese sentimiento apocalíptico que uno quisiera no ver realizado.

Con hambre me paré en un restaurante de comida rápida, pidiéndole a Dios que me demostrara que atiende las súplicas, pero nada sucedió.  La lluvia seguía pertinaz y el tráfico transcurría lento.  Se puso oscuro y las emisoras reportaban nubosidad por todo Guatemala.  Traté de calmarme pensando en que nunca había pasado una mala experiencia a causa del tiempo, pero el día siempre llega.

A cuarenta minutos antes de la frontera, cerca del nuevo Restaurante Sarita, a pocos kilómetros del río Los Esclavos, de repente los carros se detuvieron.  La noticia llegó de inmediato: un árbol obstruía el paso de ida y venida.  Eran las tres de la tarde (la hora de nona, dirían los cristianos), el momento en que Cristo murió solo en la cruz.  Heme a mí también mortificado por el fenómeno natural.

“Las cosas siempre ocurren por algo”, dicen los cristianos que alivian lo inevitable.  Pero no estaba para consuelo en ese momento, me urgía llegar. Me esperaban a las dieciocho horas y todo parecía que el destino me daba su espalda baja.  El hombre pone y Dios dispone.  Así fue.

A las diecisiete horas, obligado por la lentitud de las autoridades que tardaron en abrir el paso, retorné frustrado a la capital.  Pensé que había pasado lo peor, pero el buen Dios est fou y se disponía a dar el tiro de gracia.  Al entrar de nuevo a la ciudad, contento porque las colas habían terminado, de súbito cayó de nuevo la montaña.  Un nuevo derrumbe, más colas, desorden, anarquía… bienvenido a Guatemala.

No hay que ser injustos, esto ocurre en la mayoría o en todos los países de Centroamérica.  Los campesinos anhelan la lluvia pero en la ciudad es símbolo de malos augurios.  Sucede porque somos pobres, tenemos malos gobiernos y quizá hasta nos hemos acostumbrado a las desgracias que vienen del cielo.