La proliferación y profesionalización de los medios informativos ha producido una nueva cohorte de periodistas y analistas que han fomentado el “análisis de la coyuntura”, término éste que apunta a las preocupaciones colectivas del momento, y que adquirió notoriedad en los años ochenta con la emergencia de las crisis económicas de horizonte cortoplacista, que empobrecieron a las grandes mayorías.
El periodismo es proclive a la difusión de los temas momentáneos y la espontaneidad de la noticia, la mayoría de las veces sin perseguir soluciones seculares, ni tratadas con mayor profundidad, ejercicio éste que pertenece a otras esferas de la actividad humana, y que se difunden masivamente si y sólo si ello conviene al “establishment” de poder, y a la vigencia de medios alternativos.
Podría parecer un tanto miope la discusión espontánea de los temas aunque resulta incluso surrealista la reiterada discusión de temas que son cíclicos y cuyo tratamiento periodístico se repite y se olvida, se vuelve a repetir y se vuelve a olvidar, estando uno de ellos vinculado a los extremos climáticos: así, como en espiral, discutimos los mismos problemas y planteamos las mismas soluciones, sólo que cada vez es más compleja y obesa la solución.
Aquí y ahora la discusión de invierno se refiere a las inundaciones y sus nocivos efectos en el patrimonio de la gente, los derrumbes por doquier, y casi siempre la crisis urbana de las áreas marginales; aunque hoy la situación cambia cuando las miradas se trasladan hacia las altas laderas encopetadas de Santa Catarina Pinula, y particularmente a la Colonia Montebello, donde año con año, más de alguna mansión cae como castillo de naipes.
Mientras tanto la discusión de verano surge cuando éste se vuelve extremo, y todo mundo mira hacia el corredor seco y sus también seculares hambrunas, pero al igual que con la discusión de invierno, la crisis urbana en este período de tiempo nos lleva a las preocupaciones hídricas, siendo que habitamos en un valle poco pensado por los pioneros en cuanto a provisión de agua se refiere.
Nos volvemos así, de la noche a la mañana en expertos hídricos o en desertificación, pasando por grandes observadores de los tipos de generación de energía eléctrica dependiendo del clima, y recalcando por doquier que somos el quinto o sexto a nivel mundial en vulnerabilidad climática.
Somos además un país de crisis larvadas, pues desde los tiempos de nuestra “independencia”, los movimientos políticos y sociales se suscitaron con cierta timidez, muy distantes de las trifulcas y liderazgos que conformaron los grandes Estados en los dos siglos pasados.
Es así como nuestras soluciones son “para mientras”, como parchadas y con ajustes hechos con el mínimo esfuerzo, normalmente sin afectar la gran comodidad de las cada vez más reducidas élites económicas y políticas que viajan en Porsche Cayene y helicópteros turbo sofisticados.
La parte norte de Centroamérica es un apéndice del México actual: cada vez nos parecemos más, y nuestra crisis de identidad es un reflejo de la miopía con la que enfrentamos los desafíos.