Llega noviembre y el fiambre


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Se suspenden en el aire, en vana pretensión de permanencia. Casi detenidas, como congeladas en el espacio y en el tiempo van al fin cayendo las hojas del árbol de la vida y del calendario. Llega noviembre, impulsado por las ráfagas del norte, vientos fríos que anticipan la proximidad del final. Susurra el aire sus nombres en los oídos y nos trae el recuerdo de aquellos que se fueron y que solo pueden comunicarse por medio de la nostalgia. Es el otoño del tiempo, la antesala del invierno. Es el puente místico que en estos días se descubre.

Luis Fernández Molina


Los campos y nuestras montañas se visten de amarillo. Flores de muerto que se engalanan para el encuentro. Las lluvias han lavado las  tumbas de nuestra memoria y así nos devuelven a los que allí están enterrados. Surgen en el escenario de nuestra conciencia aquellos recuerdos que a lo largo del año han vivido en la oscuridad de su sombra, en medio de esos parajes de la memoria cubiertos de moho. Escondidos en los pliegues del alma. Algunos sueños que nunca despertaron. Enjambre de sentimientos. 

Dicen las historias populares que, al momento de que muere una persona, pasan por su mente una secuencia de imágenes de la vida que se le está extinguiendo; como por encanto, el moribundo repasa los momentos más trascendentales de su existencia. Esto nunca lo podremos saber. Lo que sí sabemos es lo que ocurre al contrario, cuando muere un ser querido los deudos traen a la mente los principales recuerdos que vivieron con el que se fue. Los recuerdos que se vienen atesorando desde pequeños, escenas tiernas como cuando me llevó por primera vez al colegio, cuando jugaron chamuscas, cuando subieron al volcán, cuando celebraron los quince años o cualquier otra reminiscencia. Algunas evocaciones casi olvidadas surgen de repente.
El Día de los Difuntos es una reunión con los recuerdos y ¿qué se hace en una reunión? Pues celebrar con un banquete. Es aquí donde se enriquece el fiambre con todos sus componentes. Y es que el fiambre no es solo una comida, es un momento de encuentro donde las viandas se sirven en una mesa larga, muy larga, cuyo extremo llega al otro lado. Es una forma de compartir con aquellos que no pueden saborear físicamente el aderezo del caldillo (con la receta de la abuelita), la mezcla de embutidos y verduras, de pacayas y lengua salitrada, de jamón y zanahoria.  Con mayor emoción se dedica la fiesta cuando aquellos que hoy recordamos celebraban tan solo ayer el mismo ritual del fiambre. En ese entonces fueron ellos los que conmemoraban a los que entonces estaban difuntos. Hoy son ellos los recordados y pronto serán otros los que conmemoren el fiambre en recuerdo de nosotros. Es la ley de la vida.
Las paredes de los cementerios, celosos muros que guardan los recuerdos han perdido el pigmento, el repello y algunos ladrillos y piedras pero nunca dejan sus memorias. En la entrada de muchos camposantos se repite la frase: “Nosotros éramos como ustedes/ Ustedes serán como nosotros”, constante recordatorio para todos. En Guatemala se adornan los mausoleos y tumbas. Todo debe estar a punto para el encuentro. Se llenan de flores, al igual que los campos. No se evoca a la muerte, se conmemora a la vida porque la muerte es parte de la vida.