Orhan Pamuk: El libro negro (XXXVI)


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“Las últimas líneas (…) pasaron más inadvertidas aún que el propio artículo, como les solía ocurrir a todas tus obras en las que te salías de la actualidad política o los desastres cotidianos (…)”

En el Estambul de hace cuarenta, cincuenta años, un columnista como Celal Bey –el más leído, admirado, influyente, polémico, controversial, odiado, amado de Turquía—era más bien inactual, a distancia pero no ausente del presente, prudente testigo del hoy, protagonista forzoso y pasivo del ahora,

René Leiva


Con una mirada panorámica-erudita-literaria de un acontecer fatalmente encadenado al pretérito, observador de la secuencia y de las consecuencias históricas, con un ojo en la raíz y otro ojo en los frutos que caen del árbol sobre su propia hojarasca. (Más acá de las raíces, no siempre subterráneas, en política todo termina en broza o serojo que no llega a tusa y en semillas agusanadas.)

La escritura de Celal está al margen pero no ajena a los lodazales provocados por la lluvia de anoche; a la gusanera que hierve entre manzanas pútridas en el basurero de la historia; a los torcidos caminos allanados con sangre para acceder al trono de la “democracia”.
Historiador, teólogo, sociólogo, antropólogo, lingüista, místico (en el sentido humanista), exégeta, paleógrafo, perspicaz y minucioso fisonomista, anticuario, poeta…

Moderado o muy disimulado (pero no falso modesto) en figuraciones y protagonismos intelectuales, ni en cultos a la propia personalidad, ni en narcisismos y egolatrías propias de su profesión… Alguien que cabe en sí mismo y deja espacio a su propia importancia.
Un personaje vertebral y neuronal, el protagonista espejísmico-referencial, a quien solo por sus obras, más allá de la escritura-lectura, se le conoce… ¿Conoce? Sin sus columnas no existiría El libro negro. Novela elaborada a partir de la columna periodística de un actor “marginal”, un tanto equidistante, imbricado e imbuido, involuntario titiritero, títere deliberado él mismo, asombrado contemplador de los hilos de su sombra.

Los buenos “libros negros” se escriben a muchas manos, a varias voces, alimentados por diversas vertientes soterradas y antiguas, y es una ilusión piadosa que terminen de escribirse en los ojos y mente y sensibilidad de los lectores, mientras que quedan inconclusos, allende un “fin” editorial o tipográfico, allende el tiempo atrapado en los relojes.

“Escribir por el mero placer del lector deja al columnista en mar abierto y sin brújula. Pero el columnista no es ni Esopo ni Mevlana. Siempre extrae la moraleja del cuento y no el cuento de la moraleja. Escribe no según la inteligencia del lector sino según la tuya propia.”