Ayer se conoció el informe de Hábitat para la Humanidad, sección Guatemala, respecto al déficit habitacional que hay en el país y la cifra es espeluznante porque hacen falta un millón setecientas mil viviendas y cada año la cantidad se incrementa porque crece la demanda insatisfecha en 45 mil que es el número de nuevas familias que se forman y que no pueden tener una vivienda adecuada. Para subsanar el problema haría falta una inversión de ocho mil millones de quetzales al año para construir 80 mil viviendas, de manera que en veinte años pudiera cubrirse el déficit actual.
Eso significa que, aun en ese escenario ideal de programas de vivienda que pudieran ofrecer la construcción de 80 mil casas cada año, se seguiría acumulando déficit con las 45 mil que se van agregando todos los años, cantidad que se ha de ir incrementando con el aumento de población.
Para quienes toman decisiones en el país este problema resulta en cierto sentido ajeno porque gozando de los beneficios de una buena vivienda no es fácil recordar la situación de quienes viven en Guatemala y no tienen una casa digna y segura. La pobreza se refleja, entre otras cosas, en la precariedad habitacional que no sólo significa vivir en condiciones infrahumanas, sino que además inseguras porque la gente con menos recursos no tiene otro remedio que edificar sus champas, no hay otra palabra adecuada para definir ese tipo de casas, en laderas de barrancos y de montañas, expuestos por completo a las inclemencias del tiempo.
Y casi nadie habla de la necesidad de impulsar programas de vivienda que por lo menos puedan mitigar el déficit actual. Seguramente no hay mucha gente que tenga la capacidad económica de pagar por una vivienda decente, pero se abandonaron hasta viejos programas que hacían énfasis en la ayuda mutua y el esfuerzo propio para facilitar edificaciones adecuadas para la dignidad del ser humano.
Al desaparecer de la mentalidad colectiva el concepto de solidaridad se archivó también cualquier programa de asistencia para facilitar la obtención de viviendas en condiciones más o menos favorables. Después de que piñatizaron el Banco Nacional de la Vivienda, que mal que bien fue un instrumento que ayudó a miles de familias, el FOGUAVI fue nada más fuente de corrupción y de transas, en donde lo que menos importó fue atender las necesidades de la población.
Basta ver la pobre ejecución de los programas de reconstrucción tras las tormentas que nos han afectado para entender que no hay ni visión ni criterio para resolver el problema de vivienda que crece año con año y alcanza proporciones muy lamentables.
Minutero:
Entre tanta corrupción
la vivienda es escasa
y pasa por mucho el millón
de familias carentes de casa