Obviamente el problema de la roya en el café constituye una preocupación importante para cualquier país que dependa de ese cultivo como principal fuente de ingresos, pero aun así, no deja de llamar la atención que nuestros diputados sean tan diligentes para atender las necesidades de los caficultores, potenciales inversionistas para financiar campañas políticas, mientras que el resto de la agenda legislativa del país se mantiene atorada por la falta de consensos. Cuando se trata de asuntos como atender las necesidades de los caficultores o de satisfacer a los usufructuarios (casi propietarios) de las frecuencias radiofónicas, los diputados no vacilan en alcanzar acuerdos.
Uno quisiera que para las leyes de transparencia, que debieran anteceder a cualquier otra ley, sobre todo cuando la misma puede tener visos de tráfico de influencias, fueran atendidas con la misma diligencia y que se pusiera todo el empeño para su aprobación. Lo mismo se puede decir de una larga lista de leyes cuyos proyectos han recibido dictamen favorable y que, sin embargo, no tienen esperanza de convertirse en legislación positiva para el país.
Pero cada vez que hay un poderoso grupo de poder económico interesado en la aprobación de algo que les puede favorecer, por extraña coincidencia en esos casos no hay obstáculos, desaparece la eterna división que priva en el Congreso y mágicamente se producen los consensos para aprobar, en una sola lectura y de urgencia nacional, la legislación pertinente. ¿Casualidades en este mundo político nuestro que es tan peculiar?
La verdad es que en nuestra política no hay casualidades sino que simplemente hay que buscar las componendas para entender el porqué de las cosas. Y por ello es que el ciudadano común y corriente siente que hay mano de mono atrás de toda la labor legislativa porque no se puede entender que las cuestiones urgentes para la patria, entre ellas la misma legislación para modificar el régimen de los partidos políticos de manera que se ponga freno al secuestro que de la democracia han hecho los financistas y las cúpulas de los mal llamados partidos, se queden en el cajón del olvido.
El desprestigio de nuestro modelo político se refleja, principalmente, en el desprestigio de nuestro Poder Legislativo que es la fiel representación no del pueblo, pero sí de la llamada clase política nacional. Allí se producen de manera constante y cotidiana todos los vicios que se pueden achacar a un sistema caduco, que funciona en beneficio de unos pocos y que abandona los intereses de las grandes mayorías de población.
MINUTERO:
Por qué será que el cabildeo
siempre huele algo feo;
para un fideicomiso
votan sin pedir permiso